Yo quería dar el pecho. Eso lo sabía, mucho antes de que nacieras, antes incluso de quedarme embarazada, cuando me imaginaba a mí misma siendo madre en un futuro. Sabía que era algo bonito, algo beneficioso. Sabía que quería conseguirlo y que quería que funcionase. Sabía que podía ser difícil. Y sabía que no sabía nada de lactancia así que, cuando me quedé embarazada, empecé a leer. A informarme. A prepararme.
Y aprendí que podía doler, que podía haber un mal enganche, que existían los frenillos y había que detectarlos, que podía encontrarme por el camino con grietas, con ingurgitaciones, con mastitis, que todo eso eran problemas que podían surgir con frecuencia o facilidad pero que tenían solución, que cuando no hay un problema la lactancia no duele.
Aprendí que tomar medicación no tenía por qué ser incompatible con seguir dando el pecho, que la mayoría de los médicos no saben de lactancia y podían arriesgar la mía sin necesidad, pero que podía consultarlo en e-lactancia.org si tenía alguna duda.
Aprendí que los primeros seis meses eran esenciales, que el primer año era importante, que los dos primeros años eran recomendables, que la OMS recomendaba esto y aquello, que todas las Asociaciones de pediatría lo respaldaban.
Aprendí que había que dar el pecho a demanda, sin relojes ni horarios ni prisas. Que si un bebé pide teta cada hora no tiene vicio y es por algo, que no hay que dar el pecho diez minutos cada tres horas ni quince minutos cada dos horas y media sino lo que pida el peque, que el organismo es casi mágico y los pechos se adaptan a la demanda en todo, incluyendo la composición de la leche.
Aprendí que cada equis llegaba una crisis de crecimiento que te hacía dudar de todo, pero que era normal, que se podían manejar, que se podían superar, que se podía continuar.
Aprendí mucho esos meses, leyendo sin parar. Muchas cosas útiles que me sirvieron en mi lactancia. Sí. Todas las que se pueden aprender antes de comenzarla. Porque hubo algo que, aunque leí mil veces, no supe hasta que te tuve por primera vez sobre mí y te enganchaste a mi pecho.
En ese momento supe que no se trataba solo de dar el pecho, en genérico. No. Lo que SUPE en aquel primer enganche que nos conectó de esta forma por primera vez fue que yo quería DARTE el pecho. Dártelo a ti, que eras mi cría, esa palabra animal que de repente sentía de forma animal con cada una de mis terminaciones nerviosas. Entonces dejé de leer, dejé de pensar, dejé de planear… para dejarme llevar.
Y descubrí que no era mi lactancia, sino nuestra lactancia, que estábamos unidas en un vínculo que nos conectaba como si siguieras formando parte de mí y que eso me hacía sentir una plenitud indescriptible.
Descubrí que darte el pecho me hacía sentir poderosa, primaria, mágica.
Descubrí que cada rato de teti era un paréntesis de paz, que acariciar tus deditos elásticos mientras mamabas y mirar tus ojitos desenfocados era lo mejor del día.
Descubrí que lo de fuera no importaba, que de repente me daban igual los consejos, los juicios, el pudor, que aquello era nuestro, tuyo y mío, y las que importábamos éramos nosotras.
Descubrí que me daban igual los seis meses, el año o los dos años, que el tiempo tampoco importaba, que nuestra lactancia duraría lo que debiera durar, lo que sintiéramos, lo que quisiéramos, lo que necesitáramos, que no tenía prisa por «liberarme» porque no sentía que hubiera nada de lo que me quisiese liberar.
Descubrí que la lactancia iba a ser, con toda seguridad, uno de los recuerdos más bonitos de mi vida.
Antes de que nacieras yo ya sabía que quería dar el pecho, y leí mucho para aprender. Pero, cuando te di el pecho A TI, aprendí que no sabía nada, en realidad… hasta que no lo viví. Hasta que no lo vivimos.
Gracias, chiquitita, por enseñarme esto también de entre todo lo que me has enseñado ya.
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Que identificada… tenía muy claro que quería dar el pecho y leí, leí por todos lados y me informé, en parte gracias a eso (y a mi cabezonería) he luchado contra viento y marea, contra conocidos y desconocidos, contra médicos que lo primero que quieren es retirarte el pecho sin buscar alternativas, contra comentarios maliciosos. Lo sigo haciendo casi dos años después y ahí estamos, con la teta a vueltas cuando el peque quiere, con sus ratos de más y sus menos, con las preguntas del tipo «pero si ya tiene dientes, ¿no te muerde?», «eso ya no alimenta», «es que está enseñado a la teta, si le hubieras dado chupete no te la pediría», etc… Pero nosotros felicies, quien sabe hasta cuando, hasta que quiera, hasta que queramos.
¡Un besote!
Hola Diana! Ay, sí. En el post de cómo cargarse una lactancia exitosa hablo de todo eso. Me alegra muchísimo que estéis felices, eso es lo importante, hasta que quiera y hasta que queráis. Un beso grande!
Ainssss!!!! Mi espinita clavada!!! La lactancia!!! Aquello que en mi caso intenté hasta el agotamiento pero mi lme no duró más allá de la semana. Y la lactancia mixta llegó a los 3 meses y medio, que ellos decidieron que no querían más pecho. Querían seguir con biberón. Y yo me sentí tan triste… me sentí desplazada y sustituida por un biberón. Luego con el paso de los días me fui sintiendo en paz conmigo misma porque sabían que había hecho lo que estaba en mi mano, que lo había intentado, había luchado. Quizás otra hubiera luchado más o de otra forma en mí lo lugar, a lo mejor no supe luchar… No se… la cuestión es que estoy medio orgullosa de lo que conseguí o como la vivimos aquella etapa. Pero no deja de ser mi espinita clavada. Me hubiera gustado vivir la experiencia de una lactancia próspera. Pero bueno… yo creo que mis mellis hoy en día se sienten orgullosos de su mami
Ay las espinas, qué malas son. La mía es el parto. Por supuesto que debes estar orgullosa. La mayoría de las veces en que fracasa una lactancia es porque a la mamá no la saben ayudar, llega un momento en que una hace, simplemente, lo que puede. Quédate con que quisiste y pudiste vivir la experiencia y disfruta a tus mellis, que hay mucho vínculo más allá de la teti 🙂