Es curioso esto de los niños, los regalos, los colores y el género. Cómo damos por sobreentendido las cosas que van a gustarle a un niño o a una niña, cómo nos hemos visto influidos por estereotipos que muchas veces nuestros hijos rompen. Todavía me acuerdo de cuando tuve que elegir las pegatinas para marcar su ropa para el cole (pegatinas que compré muy puntualmente y que, a día de hoy, en pleno diciembre, aún no he puesto, argh). Estuve un rato largo bicheando las opciones que daban unas páginas y otras. No por nada, porque me molaba. De todas las que había, «preseleccioné» cinco o seis que pensé que podían gustarle a mi peque. Bueno, esto es lo que diré oficialmente. En realidad, preseleccioné las que me gustaron a mí. Las que mi niña interior habría elegido (y la adulta, si algún día tengo que etiquetar algo). Y entonces se las enseñé y mi hija me demostró que muchas veces los adultos pensamos de más.
«Me gusta la del tiburón», dijo absolutamente convencida. ¿Eh? ¿La del tiburón, dices? Me quedé a cuadros. Un pack de tres en las que sólo una era un poco mona, con un tiburón con cara de cachondo visto de perfil. Las otras dos eran una aleta negra más fea que un pecado y una cabeza saliendo del agua con las mandíbulas abiertas, como el póster de la peli.
ESA fue la que le gustó. La del tiburón. Yo estaba horrorizada porque me parecía espantosamente feo. No era porque fuera «de niño», me habría dado igual que cogiera Rayo McQueen, que le encanta, pero esa me costaba. Pobre tiburón, qué manía le cogí. Mis amigas riéndose de mí (gracias, por cierto, chicas) en cadenetas de audios con el temita del tiburón mientras yo intentaba todo tipo de artimañas para que eligiera otra opción y mi padre, radiante de orgullo, decía: «esa es mi nieta, sí señor, ha elegido la que más mola».
Pasado el shock decidí que, si el tiburón era la que quería, yo lo respetaría y compraríamos el puñetero tiburón para etiquetar con un bicharraco asesino las braguitas de La Patrulla Canina. Es más, me di cuenta de que aunque YO tuviera problemas emocionales con el pobre bicho, me encantaba SU criterio. Un criterio que siempre me sorprende, porque nunca sé si me va a pedir un peluche o un dinosaurio, si vamos a llevar al parque el carrito del bebé o la excavadora, si se va a poner a jugar con la cocinita o con el taladro del cinturón de herramientas.
Nunca hemos condicionado a nuestra hija en la elección de sus juguetes y preferencias. Le compramos un bebé cuando tenía año y medio y demostró no estar preparada en absoluto para la maternidad. Las leches que se pegó el pobre muñeco fueron épicas. Casi tuvimos que llamar a servicios sociales. En cambio, en el carrito del bebé sacábamos todos los días al parque a pasear un cromo de un destructor espacial de Star Wars de una colección que regalaban en carrefour, tan pichi. Atadito y todo, que la seguridad es lo primero.
La cocinita se la compramos porque le encantaba jugar a que cocinaba y lo hacía con MIS cacharros de cocina así que lo más lógico era preservar tanto sus preferencias como nuestras posesiones comprándole algo suyo con lo que poder trastear a gusto. El cinturón de herramientas también se lo cogimos observándola. Desde el día en que papá montó un mueble de cocina y ella, con dos años, le ayudó con tanto entusiasmo como maña a atornillar con la llave Allen supimos que aquello le encantaría. Así al menos dejaría de intentar coger el destornillador XL de papá para «arreglar» las cosas.
La fiebre de los dinosaurios le entró viendo Arlo y los coches le han gustado desde siempre. De hecho mis padres le compraron una excavadora tan molona que cuando entra al parque cinco o seis chicotes se le echan encima para verla. Ahora está desarrollando querencia por vestir y desvestir a los peluches (con su ropa, armándome unos ciscos de impresión) así que probablemente volveremos a valorar el tema muñecas y ropitas. Igual que la plancha, que se la hemos cogido para Reyes porque, por alguna razón inexplicable, verme rebufar planchando (lo odio) le da unas ganas irresistibles a ella de ponerse.
Pero lo que seguimos no es lo que toca regalar «a las niñas» sino lo que vemos que demanda o le interesa a ELLA. A ella como personita en potencia, con sus gustos, preferencias y rechazos particulares. Ya sea un conejito o un camión. Lo que ella quiera. ¿Quién soy yo para limitarla o condicionarla? ¿Quién soy para dirigirla hacia donde alguien diga que debe ir? Mi hija no sabe lo que son «las cosas para niñas».
Sólo hemos jugado a los géneros con el tema de la ropa en su época de bebé pero, de nuevo, fue por los clichés y estereotipos. El mundo nos obligó. Ese mundo que, por haber decidido no hacerle agujeros en las orejas y llevarla sin pendientes, continuamente la tomaba por un niño. Está claro que el tema pendientes supera a todos los demás en el imaginario colectivo. He llegado a decir su nombre, SU NOMBRE, y que le hablen en masculino. A papá y a mí se nos hincharon las pelotas narices y hasta que le creció el pelito y los tirabuzones de muñeca lo hicieron indudable, la vestíamos íntegramente de rosa. De la cabeza a los pies, lo juro. Gorrito, camiseta, abrigo, pantalones, calcetines, zapatillas. Con purpurina y mensajes tipo «Princess like me». Ya era como con mala leche, a ver si alguien tenía bemoles de llamarla niño. Y los tenían. El experimento social nos salió mal o sumamente interesante, según se mire. Sí, la seguían llamando niño. La veían vestida de enorme algodón de azúcar, le miraban las orejas y se dirigían a ella en masculino. Ah, como no lleva pendientes…
Porque sólo vemos lo que queremos ver. Y estamos tan condicionados por los estereotipos de género que todo lo que salga de ahí es lo que en el campo sanitario se llama un escotoma: una zona de ceguera parcial, temporal o permanente.
Hace un par de semanas me preguntó si iban a venir Papá «Nuel» y los Reyes Magos. Hablamos un poco el tema y, después de unos minutos de reflexión, le hice una pregunta de tanteo:
_ ¿Tú qué crees que te van a traer?
_ Yo creo que me van a traer una muñeca y un tiburón, mamá. Yo creo que me van a traer eso.
En realidad tenemos una bici, una plancha, una batidora y una casita miniatura de Blancanieves, todo previamente contrastado y tanteado así al disimulo. Ni muñecas ni tiburones, vaya por Dios. Pero de nuevo su criterio ecléctico me sorprendió. Y sólo pude mirarla y pensar, cómo me gustas, hija.
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