Se vuela. Se nos vuela el tiempo sin darnos cuenta. Preparando desayunos, comidas y meriendas. Poniendo lavadoras. Yendo continuamente de acá para allá, viviendo en el coche o en el metro a temporadas. Pagando facturas, seguros e hipotecas. Buscando qué ver en Netflix, si hay suerte y hasta ocio. Y en medio de todo eso que hacemos cada día, la vida. Qué razón tenía John Lennon. Y qué consciente te haces de cómo se vuela la vida cuando tienes hijos pequeños. Cuando tres meses convierten a un recién nacido desvalidito en un bebé que te sonríe. Cuando otros tres lo ponen a reptar por el suelo y a aguantarse sentado medio niñito medio merengue, controlando que no se desparrame en una de estas. Cuando tienes peques y cada semana, cada mes, cada año lo cambian todo.
Qué poco duran los años. Me sonríe el piojillo y veo esas encías con los dientes marcados en bajorrelieve. Esa sonrisa desdentada que me vuelve loca. Esa que dura tan poquito y que mola tantísimo. Tengo un vídeo de mi niña con esa misma sonrisa. Han pasado SEIS AÑOS. ¿Cómo es posible? Si fue ayer.
Qué poco duran los años. ¿Dónde está mi niña redondita, la que hablaba con media lengua y me decía «ay, iomío» con pose de pasmo? No falta ni un suspiro para que el chiquitín esté en esa etapa. Lo miro arrastrándose por el suelo en plan comando con la fijación de llegar al radiador para intentar comérselo y sé que cerraré los ojos y, al abrirlos, tendrá seis años, los que tiene su hermana y yo me encontraré pestañeando para intentar comprender qué ha pasado.
Qué poco duran los años. Qué cansada estoy ahora mismo y qué largos se me hacen algunos días. Qué segura estoy de que, en cuanto me quiera dar cuenta, los dos serán mayores. Adolescentes. Adultos. No me hagáis pensar en los años que tendré yo entonces, que con los que tendrán ellos ya me pongo tonta.
Nunca eres más consciente de lo rápido que se pasa la vida que cuando tienes niños pequeños y crecen ante tus ojos, saltando de etapa en etapa a toda velocidad mientras te peleas con la eternidad agotadora de cada día.
Nunca comprendes más el valor de cada instante que cuando te grabas en la retina cada fotograma, en esa película interna que luego te pones en el futuro. Cuando ya pasó. El besito mojado. El te quiero a media lengua. La mirada absoluta, la que solo te ve a ti en el universo entero. Los suspiros en paz, plenos. Los de ellos y los tuyos.
Nunca atesoras más todos esos pellizcos con los que agarrarte al presente, sabiendo que es fugaz.
Qué poco duran los años, cuántas veces se nos olvida y qué privilegio, os lo digo en serio, qué privilegio recordarlo cada día cuando se tienen niños pequeños en casa.
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