Una vez que tenemos claro qué es el apego en crianza llega la siguiente pregunta lógica: ¿qué tipos de apego podemos establecer con nuestros hijos? Y la que más nos preocupa como padres: ¿qué consecuencias tiene que generemos un tipo de apego u otro en ellos?
Ya vimos en el anterior post de esta serie que el apego cumple un rol clave en el desarrollo psicológico y la formación de la personalidad. Es decir: lo seguro o inseguro que se sienta mi hijo en determinados aspectos básicos va a hacer que su personalidad, sus herramientas internas y su desarrollo afectivo vayan en una dirección o en otra. El cerebro, literalmente, se desarrolla y auto-organiza de forma diferente en función de cómo nos sintamos en la primera etapa de nuestra vida y qué tipo de interacciones tengamos con nuestro entorno más cercano y constante. Por eso es tan importante conocer cómo se establece un tipo de apego u otro y qué supone a largo plazo… y por eso es tan importante intentar que ese apego que establecemos sea SEGURO.
¿Cómo establecemos un apego seguro?
Respondiendo afectivamente a las demandas:
Si a los pocos días de nacer mi bebé necesita que le cambie los pañales catorce veces al día, muy probablemente lo voy a hacer con calma y normalidad porque me va a parecer lo más natural del mundo en un recién nacido. Pero, ¿qué ocurre si con tres meses pide brazos catorce veces al día? ¿qué ocurre si llora como si lo mataran cuando me alejo dos minutos? ¿qué ocurre si me necesita cerca para dormirse tranquilo?
Pues lo mismo que en el primer caso. Ocurre que tiene necesidades y demandas de todo tipo que no puede gestionar por sí mismo y que debemos atender nosotros. Ya sea cambiando un pañal o respondiendo a la necesidad de contacto. Ambas son necesarias y normales: las necesidades fisiológicas y las afectivas.
Cuando entendemos las demandas de seguridad, protección y consuelo como algo normal y saludable, algo que forma parte de esa primera etapa, las podemos atender desde la misma calma y normalidad con las que nos ocupamos de las demandas más físicas.
Está claro que cada persona va a reaccionar de forma diferente, en la medida de sus posibilidades y su carácter, pero digamos que esto es bastante importante porque de la forma en la que yo entienda una demanda, de cómo comprenda lo que está sucediendo y del enfoque que le dé a eso va a depender mi respuesta. Tanto la que doy como el «cómo la doy».
No es lo mismo que cuando mi hijo de tres meses llore lo coja pensando que me está tomando la medida y que atienda la demanda (aunque la atienda) transmitiendo frustración, resentimiento e incluso enfado a que lo haga desde la calma pensando “qué chiquitito eres… ven”, transmitiendo paz, consuelo y protección. Es diferente, y esa respuesta va a depender de cómo yo entienda la demanda.
Respondiendo coherentemente a las demandas:
Para enviar un mensaje claro y coherente, debemos responder de la misma forma a los mismos estímulos. Cuando un pañal se mancha, lo cambiamos. Quizá tengamos que tardar unos minutos porque estamos en la calle y hay que buscar un lugar para poder hacerlo, quizá unos los cambiemos con más cansancio que otros, pero reaccionamos de una forma coherente y lógica que envía un mensaje claro: se ocupan de mí siempre que el pañal se moja.
En el momento en el que algunos pañales nos enfadasen o nos pareciese que «con este pañal nos está tomando el pelo, no le hacía falta hacerse pis porque ya lo hizo hace una hora» o decidiésemos que uno sí lo cambiamos pero otro no, empezaríamos a mandar mensajes confusos y contradictorios a nuestro hijo y a atender de forma inadecuada la situación.
Con las demandas afectivas es igual. Quizá no podamos coger en brazos al bebé en un momento determinado o estemos duchándonos cuando empieza a llorar y tardemos un poco en llegar hasta él, quizá estemos más cansados en algún momento, pero si nos parece igual de normal que con el pañal y reaccionamos también de forma coherente y lógica, enviaremos también un mensaje claro: me atienden y me cuidan siempre que lo necesito.
Consecuencias de un apego seguro
Cuando establecemos este tipo de apego nos convertimos en un “puerto seguro” para nuestros hijos, una figura incondicional que siempre está ahí (ojo, estar ahí de forma incondicional no significa decir sí a todo, lo veremos con más calma cuando hablemos de qué NO es la crianza con apego seguro) y con la que siempre pueden contar a nivel afectivo. Eso les ayuda a desarrollar herramientas internas desde la seguridad que les ofrecemos:
Autoestima: Cuando atendemos las demandas desde un apego seguro, nuestros hijos reciben desde el primer momento un mensaje importante para el desarrollo de una autoestima sólida: «soy valioso, soy merecedor de ser atendido, cuidado, respetado».
Confianza: Se integra también otro mensaje importante: «papá y mamá van a estar ahí, tengo confianza absoluta en mi entorno». Y ese entorno, que al principio sólo es papá y mamá, poco a poco irá extendiéndose al mundo.
Resiliencia: Con cimientos sólidos somos más capaces de superar y encajar las circunstancias adversas de la vida.
Seguridad en sí mismos: Como consecuencia natural de crecer con una autoestima sana y fuerte desde el primer momento y confiando en que el entorno no es una amenaza.
Independencia: Al ser niños que se sienten seguros internamente, no tienen miedo a explorar el mundo y a dar pasos de forma autónoma e independiente. En la etapa adulta, no hay miedo a establecer vínculos afectivos cercanos, íntimos y saludables.
No se trata de que intentemos generar un apego seguro para conseguir que nuestros hijos sean seguros, independientes o resilientes como quien elige los platos del menú que más le gustan. ¿Cómo puedo hacer que mi hijo de mayor sea listo, guapo y tenga una melena dorada que se agite al viento? Se trata de generar un apego seguro porque los queremos y porque queremos que se sientan seguros. Que luego eso traiga (o no) cosas concretas como pueden ser mejores resultados académicos o más éxito en la vida… pues ya se verá.
Pero que sean felices y tengan equilibrio emocional porque hemos sentado bien las bases con ellos… eso sí que es éxito para nosotros como padres.
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Totalmente de acuerdo. El otro día lo puse en la hamaca para ducharme y lavarme la cabeza (nunca más, yo ya sabía que no le gusta, me equivoqué ahí, lo hice por su seguridad, para tenerle cerca pero en el cuco ya no me pareció muy seguro, porqué se mueve cantidad), y lloró desesperado. Salí a media ducha a consolarle, darle el chupete y algún juguete. Pero no le cogí que es lo que quería (estaba con todo el pelo de champú y mojada de pies a cabeza). Entre gritos de consuelo me metí a la ducha otra vez a aclararme y le dejé llorando cinco minutos más hasta que me puse la toalla. Fueron unos diez en total, pobrecillo, histérico.
Esa noche se despertó casi cada hora llorando (no suele hacerlo).
De pequeño (ahora tiene casi 7 meses) era de «alta demanda», pedía mucho estímulo y brazos. Siempre, con algún retardo y algún momento de nervios, no lo voy a negar jaja, he intentado respetarlo. Ahora no pide tanto :).
Ese día de la ducha lo recordaré siempre 🙁
Hola Ester! Me imagino el mal rato de los dos, porque cuando tu bebé llora así, se te revuelve todo. Pero no te preocupes, hay situaciones en la vida en las que aunque queramos no podemos atender inmediatamente o atender inmediatamente como demandan, y no pasa nada. Cuando te pase eso, dile con voz tranquila «vaya, mamá tardó más de lo que querías, verdad cariño, pero ya estoy aquí». Un abrazo enorme.