Por qué deberíamos desterrar las galletas del desayuno de nuestros hijos

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Fuente: Pixabay

Cuando descubres, por primera vez, que las galletas María no son buenas, entras en un pequeño shock. ¿Cómo que no? ¿Cuántas veces hemos desayunado con «la buena María»? Pero si las dan en los colegios, las dan en las guarderías, las dan incluso… ¡en los hospitales! Sin embargo, la buena María sólo tiene de bueno la publicidad. Lo demás la mete, irremediablemente, en el apartado bollería. ¿Sabías que tiene el doble de azúcar que un Donut? ¿O que tiene casi la misma grasa que un croissant? ¿O que tendrías que comer 27 plátanos para igualar las grasas contenidas en cinco galletas María (la ración que muchas veces toman los pequeñines en coles y guardes)?

No sólo son las María. ¿Conoces las Digestive? Esas que suenan tan a saludable, y encima en inglés, que siempre parece como más convincente. Aunque de digestivo solo tengan un asterisco con un texto en letra pequeña explicando que la palabra ‘Digestive’ no significa que la galleta contenga características dietéticas digestivas. Es decir, que el nombre está ahí sólo porque hace bonito y conecta con esa parte de tu mente que busca algo saludable. No son buenos los publicistas ni nada. Lo que sí tienen las Digestive es un 28% de azúcar. Y aceite de palma. Y una alta y nada recomendable cantidad de sal (100 gramos suponen nada menos que un 35% de la cantidad máxima recomendada por la OMS).

Están también las chiquilín, que ya lo dice el anuncio, son tan completas y buenas que mamá sonríe encantada cuando manda a los niños a la compra y se pasan la lista por el arco del triunfo para traer en su lugar una caja de galletas:

_ ¿Has comprado los cereales?
_ ¡Sí, mamá!
_ ¿Y los huevos?
_ ¡Sí, mamá!
_ ¿Y la miel?
_ ¡También!
_ ¿Y dónde están?
_ ¡Aquí!

Paquete de chiquilines al canto y familia feliz. Porque unos cereales + huevos + miel es lo mismo, mismito que unas galletas industriales. Se les olvida comentar en el anuncio que ocho galletas chiquilín contienen 16 gramos de azúcar, el equivalente a cuatro terrones. En el embarazo llegué a aficionarme precisamente a éstas de mala manera. Emocional y hormonalmente conmovida con lo de «chiquilín» (ya sabéis cómo está una de sensible) me desayunaba cinco galletas cada mañana pensando que eran más light que otras alternativas que me pedía el cuerpo y que me parecían «peores». Al fin y al cabo intentaba cuidarme y REBAJAR el azúcar que tomaba en un embarazo con antojos dulces a todas horas. No me extraña que luego la curva saliera alta. Habría sido mejor desayunar palmeras de chocolate, directamente, que son igual de malas pero al menos son mi vicio de siempre. Lo mejor es ser fiel a uno mismo.

Y, aunque no voy a hablar de todas las galletas que existen en el mercado, me quedo coja si no hago mención de las polémicas Dinosaurus, con su gran campaña de marketing, su 21% de azúcar y ese lamentable sello de la A.E.P. que ha hecho un flaquísimo favor a la salud pública, llevando a cientos de miles de padres a la errónea conclusión de que esta galleta (otra más y tan poco saludable como el resto de la bollería industrial) es algo BUENO para sus hijos.

No. No son buenas. Es más, si tienen que ser algo, son lo contrario, malas para la salud. Sus altos niveles de azúcar y sus aditivos poco recomendables son más perjudiciales para el organismo que el potencial efecto beneficioso que tanto proclaman en su publicidad. Especialmente para el organismo de los niños. Como madre, como padre, no te dejes engañar por el envase: su valor nutricional es escaso, las vitaminas que les añaden son mucho más saludables y sencillas de tomar en una pieza de fruta e incluso los cereales que llevan no son los más aconsejables para la salud, al tratarse de harinas altamente refinadas.

Los cereales, los huevos o la leche son alimentos. Pero las galletas industriales son productos. No son «más suaves» y mejores que la bollería, pese a sus mensajes pseudosaludables. Tienen niveles de azúcar, grasas trans y sal más similares de lo que pensamos. Son la misma bollería, a efectos prácticos.

Repito mi mensaje cansino habitual (😅): vivimos en la desinformación, con la cabeza llena de consignas publicitarias que sólo buscan vendernos SU producto. Convencernos de que es lo mejor para nuestros hijos (lo sea o no). Tenernos tranquilos para que lo consumamos a gusto y a granel (cuanto más consumamos nosotros, más venden ellos). Pero en ningún caso las galletas industriales son un alimento saludable ni recomendable para consumir a diario, y no deberían formar parte del desayuno habitual de ningún niño (ni adulto, en realidad).

A diario, un desayuno basado en galletas (a veces incluso también la merienda), es un descalabro de salud. Y en los niños no hablamos sólo de la salud presente, sino de la futura. Por ejemplo, del aumento de diabetes de tipo dos y su aparición a edades cada vez más tempranas o del 54% de niños españoles que tienen obesidad a fecha de hoy. Está claro que no es sólo por las galletas del desayuno, pero contribuyen. Junto con los yogures de sabores, azucarados, bebibles o tipo actimel, los presuntos «zumos de fruta» envasados o los cereales, ya sean para bebé o infantiles. Y junto con el azúcar invisible que consumimos en prácticamente todos los alimentos envasados. Desde el caldo de pollo hasta el tomate con cebolla receta de la abuela.

Lo tenemos por todas partes y por algún sitio hay que atajarlo. ¿Por qué no ir identificando aquello que no va a aportar a nuestros hijos nada más que azúcar sin apenas nutrientes y descartarlo al menos de nuestro día a día?

Sé que la primera reacción ante el hipotético destierro de las galletas es el pánico. Pero, de verdad, hay alternativas mucho más saludables para el desayuno de nuestros hijos. En otro post compartiré algunas por si a alguien le sirven de inspiración. Mi peque no ha probado las galletas en sus tres años y tres meses de vida y doy fe de que hemos desayunado todas las mañanas. Porque el mundo no empieza ni acaba en las galletas. Ni el desayuno tampoco, aunque con tantos anuncios lo hayamos llegado a pensar.

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4 comments

  1. Iratxe says:

    Nosotros llevamos un año sin comer galletas industriales. Desayunamos pan tostado con aceite de oliva virgen extra, con tahin, con mantequilla de cacahuete (sólo cacahuete), fruta, tortitas o crepes con un poco de miel. A veces hacemos en casa galletas o bizcocho con harinas integrales… Yo también me asusté ante la idea de desterrar las galletas (en casa me llamaban el monstruo de las galletas ) pero no ha sido demasiado complicado. Eso sí, hay que involucrar a toda la familia…
    Gracias por este post, creo que es algo muy necesario.
    Un beso!!

    • Carita says:

      Hola Iratxe! Pues sí, da vértigo 🙂 Lo curioso es que, en cuanto te desacostumbras y pruebas una de nuevo, la nota exagerada y artificialmente dulce. No sé tú pero yo ya no tolero como antes tomarme varias galletas, o un yogur de sabores, o un montón de cosas que antes tomaba sin pensar. Recuerdo que los yogure Activia de fresa me sabían hasta ácidos y hace poco tomamos uno que nos ofrecieron y no me lo pude terminar de lo empalagada que estaba. Tenemos el paladar sobreexcitado ante los aditivos y anestesiado ante los sabores naturales de los alimentos. Gracias a ti por este comentario, un abrazo!

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