Erase una vez un país que no tenía gravedad. La tenía, en realidad, cómo no. Pero la gente lo desconocía. Así que, a efectos prácticos, lo mismo es.
Los niños jugaban en el alféizar de las ventanas expuestos a un riesgo altísimo. Si se caían, los de las ventanas más bajas solo se romperían algunos huesos pero, ay de los pisos algo más altos. Si un niño cayese, moriría sin remedio.
Las madres (y los padres), que desconocían los efectos de la gravedad, les dejaban jugar libremente al filo del abismo. Ni se les pasaba por la cabeza que no estuviesen seguros, por lo que vivían tranquilas, amando a sus hijos sin mayor preocupación. Saludándoles con la mano desde el salón y diciéndose unas a otras, mira qué contento está, fíjate qué a gusto, le encanta mirar desde ahí. Continue reading →