Este post podría terminarse rapidísimo. Sólo me haría falta poner: NO. Y, si se me hace corta la tarea, dedicar un rato a ponerlo en un tamaño de fuente bien grande, en negrita, subrayado y con todo lo que se me ocurra para resaltarlo. Que no suelo ser yo muy activista (pese a las campañas sociales que he promovido) pero es que me dan ganas de coger una pancarta y salir a pregonar delante de los colegios y las guarderías. Porque agüita la sociedad de consumo en la que vivimos en la que todo vale para vender un producto. Y, como madre, el tema me preocupa. Me parece importante que tengamos claros ciertos conceptos para no dejarnos arrastrar por cuentos publicitarios. Así que voy a desarrollar un poco ese no, que sigue siendo rotundo.
Primero: Los bebés/niños no necesitan un «mi primer» para todo.
No sé cómo demonios habría sobrevivido la especie humana antes de la invención de las grandes industrias alimentarias si no. No sé cómo podría yo alimentar a mi hija si, en el momento en el que cumple tres años y entra dentro de su coto de caza, no me mandan un sobrecito a casa, a mi nombre, con una muestra de un «mi primer Cola-cao». No sé qué comeríamos en mi casa, señores que llevan tres años intentando convencerme de comprar tantos productos alimentarios para bebé. No sé qué hemos comido, ya que no he comprado NINGUNO.
Quizá hemos comido alimentos, simplemente, y no productos. Quizá hemos tomado manzanas, y plátanos, y aguacates, y patatas, y arroz y otras muchas cosas exóticas que no vienen en cajas de colores, con fotos de niños sonrosados y textos atractivos para que mi cerebro sintonice con ellas y piense que sólo puedo alimentar a mi hija gracias a ellos.
No, no sólo sé que todos esos productos prefabricados no hacen falta, sino que también he visto en mi propia experiencia con mi hija que los peques no necesitan que les adaptemos todo tanto como pensamos a priori. Que la aproximación a la comida puede ser mucho más natural de lo que nos la venden. Y digo bien: venden. Porque…
Segundo: Todo lo que veas como «mi primer», sólo intenta venderte un producto.
Intenta colocártelo desde bien temprano, para mejorar sus beneficios. Punto pelota.
¿Para qué vamos a esperar a que el niño crezca y le vean ya lo bastante mayorcito para un cola-cao? No, hombre no, que eso es mucho tiempo. Y podríamos facturar un poquitillo más. Vamos a poner a un niño muy pequeño, muy rubito, muy angelical y muy inocente y, sobre todo, muy sonriente porque le encanta nuestro producto. Vamos a meter en el inconsciente colectivo esa imagen para que nadie piense que ese peque es demasiado peque para mi producto. Ese peque al que le calculo la edad de mi hija, que tiene tres años y son los que marcan la etiqueta en letra mucho más pequeña aún (por si alguien no la lee y se lo da antes, y eso que nos llevamos). Vamos a reforzarlo con un «mi primer», que eso mola. Eso aclara las cosas. Cuidado, que no es uno cualquiera, es el primero. Es especial. Es más suave. Es ADAPTADO.
Adaptado a la psicología para vender más. A eso se adapta.
Tercero: No te fíes de la etiqueta.
La etiqueta no está ahí para informarte de lo que vas a consumir o darle a tus hijos. Esa es la teoría. Las empresas alimentarias que encargan esa etiqueta nunca van a decirte en ella con claridad, sí, mi producto lleva esto que es malísimo, y además en un porcentaje altísimo. No si pueden evitarlo, camuflarlo o circunvalarlo. Y en eso se está luchando actualmente, por un etiquetado más claro. Pero, de momento, la etiqueta hay que estudiarla como si fuera el ciclo de Krebbs, intentando descifrar qué nos vamos a comer si nos compramos eso.
Y con grandes dosis de humor e ironía al leerla. Por ejemplo, usando la de este sobrecito (que seguro lamentan haberme mandado) como muestra de algunas cosas engañosas que se pueden leer en un etiquetado:
1. Reducido en azúcares.
Olé. Remarcado para hacer creer lo que no es. Porque esa frase da a entender que lleva pocos pero, si miramos la lista de ingredientes, el primero es azúcar. Con las nuevas normativas en etiquetado, el producto más abundante debe ser listado en primer lugar. Es decir, lo que más tiene ese «mi primer Cola-cao» reducido en azúcares… es AZÚCAR.
2. Con vitaminas y minerales.
Bien listaditos en la parte trasera para hacernos sentir que estamos brindando salud a nuestros hijos con ese sobrecito de azúcar de color marrón. Lo fundamental, señores del departamento de marketing, es que suene muy bien, que dé gloria leerlo. Y que nadie piense que mejor le da a su hijo un plátano. Porque al engañar al paladar con este producto azucaradísimo no estamos brindando vitaminas y minerales (las cantidades añadidas son absolutamente insuficientes), sino dificultando su ingesta al volver menos apetecibles frutas y verduras, que SÍ son saludables.
3. Para desayuno y noche.
No sea que se te ocurra dar sólo una vez al día y ganemos la mitad. O una vez a la semana, o al mes, y no ganemos una birria contigo y tus hijos. Vamos a indicarte la frecuencia ideal, para nosotros. Porque para ese niño rubio, angelical y sonriente de la foto eso es una burrada sin paliativos.
4. Desarrollado con pediatras.
Pero lo peor, lo más aberrante, lo que más muestra en qué clase de sociedad de consumo sin moral vivimos, es que un Cola-cao, sea el primero o el último, diga ir desarrollado y adaptado por pediatras. WTF? O, para entendernos, ¿pero qué coño? Mis disculpas, pero es la frase más suave que me viene a la cabeza.
No sabía hasta hoy lo que es la SEPEAP, hasta que una búsqueda en Google me ha mostrado como resultado a una Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria que, curiosamente, sale reflejada en páginas de Nestlé Nutrition Institute, oxímoron donde los haya. Pero me alegro mucho de no conocerla ni seguir sus consejos, si son como éste.
Lamentable. Llamar a engaño a los padres con productos malsanos desde asociaciones pediátricas (como ya pasó con las famosas Dinosaurus y la AEP) me parece aberrante. Flaco favor le hacemos a la salud. No son ni una ni dos las madres que conozco que compran a sus hijos mi primer yogur, mi primer cola-cao, dinosaurus y demás azucarazos CONVENCIDAS de que están ofreciendo productos saludables y necesarios a sus hijos.
Por eso, este artículo no es una guerra contra el Cola-cao, ni mucho menos, sino contra la falta de moral con que sus fabricantes (como los de muchos otros productos) lo anuncian y lo intentan vender a niños de muy corta edad. He tomado Cola-cao de pequeña, y me gustaba. Pero nadie me vendía que era lo más sano para mí. Al revés, estaba clarinete que era algo a tomar con moderación y mis padres insistían en la leche, la fruta y el bocata para merendar. Crecí esquivando por los pelos eslogans como el famoso «a mí me daban dos», de Petit Suisse (con ese sí que triunfaron. Vaya forma fácil de duplicar las ventas y que encima los padres sientan que sus hijos van a crecer el doble. Con el doble de casos de diabetes, más bien).
Yo no crecí en esta jungla tan descarada de intereses comerciales, ni consumí productos poco saludables llenitos hasta la bandera de textos que venden lo contrario (el Tigretón era esa «guarrería» que mi madre me dejaba comprar muy de vez en cuando). Por eso, como madre, siento la profunda necesidad de estar consciente, alerta e informada. Porque, a la que me descuide, me vengo con el carrito lleno de porquería pensando que todo es sanísimo.
No, no hace falta un «mi primer Cola-cao». Hace falta una normativa alimentaria que nos proteja, a padres y a niños, de este tipo de productos.
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Más razón que un santo. Nos manipulan con una facilidad pasmosa. Este verano mi peque ha probado los helados. Le encantan. Y alguna que otra cosa…le gusta. El otro día un cachito de una nube de golosina, ahí respire aliviada porque al final la soltó y se fue a jugar….
Su padre a veces no quiere que pruebe algo, a ver si luego lo va a pedir siempre. COMO??!
Si lo pide diré que NO, igual que si pide cualquier otra cosa fatal para su salud. De hecho ya digo que no muchas veces.
Pero me encuentro con que yo, que estoy muy concienciada, a veces se me va de las manos y tengo que echar el freno. No me quiero ni imaginar quien no esté concienciado, quien se deje convencer con los argumentos del primer colacao.
Ahora estoy en ese punto de evitarlo al máximo. De que hay cosas que mejor, ni las pruebe. Y de que aunque meta la pata, frenar y andar con mil ojos, y no tomarlo a risa, porque entonces la industria y el entorno que la apoya, te comen.
Gracias por tu comentario, Ana. Pues sí, si uno no tiene mil ojos, la industria te come a ti y no al contrario. Con niños y sin ellos pero los niños son público sensible y hay que cuidarlo más aún. La mayoría de nosotros (los padres) no nos hemos criado TAN expuestos: tantos productos malsanos, en tantos ámbitos (no sólo lo dulce lleva azúcar, y ni mucho menos el azúcar es lo más preocupante), con tanta frecuencia, con tantos mensajes publicitarios. Al final, hay que poner filtros y cribar lo que entra en nuestra casa, que es donde realmente podemos «controlar» algo. Yo tengo la suerte de que, al no ir a guarde y poder criarla conmigo, he manejado la alimentación casi global de esta primera etapa. Ahora veremos qué pasa con la entrada en escena del cole pero estoy mentalizada de que el campo se abrirá y que tampoco puedo (ni debo) entrar en todo, así que me centraré en casa. Pero sobre este tema tengo muchas ganas de hablar esta época, así que seguro que me lees más cosas 🙂 Un abrazo!