Mis noches contigo en la teta son cansadas, para qué vamos a decir lo contrario. No me quejo porque vengo curtida poco menos que de una guerra a vida o muerte y esta vez me parece hasta razonable pero despertarnos de noche, desde luego, nos despertamos todavía. Sobre todo porque no siempre nos sincronizamos y algunas noches nos podrían fichar para un equipo de relevos. Y eso inevitablemente cansa.
Mis noches contigo en la teta son movidas. Me pegas unos viajes que no son normales, bollito loco. Tan pronto te me duermes encima de (y me duermes) un brazo en una perpendicular perfecta como me trepas por todas partes mientras pongo caras WTF en medio del silencio y la oscuridad de la noche. Una vez te me quisiste subir en la cara mientras mamabas y ahí me puse seria pero lo tengo claro, despierto o dormido, tú con la teta haces lo que te da la gana.
Mis noches contigo en la teta son esclavas. He vuelto a perder durante un tiempo largo la libertad de dormirme de forma independiente, de irme a la cama a mi ritmo y a mi gusto, de coger el sueño a mi rollo leyendo un libro el tiempo que me apetezca. Desde hace casi diecinueve meses nos dormimos juntos (esto es, tú te duermes y yo lo intento) mientras mamas en la gloria más bendita y mis horarios vuelven a tener dueño, hasta que los reconquiste otra vez cuando pase esta etapa.
Mis noches contigo en la teta me dan muchas veces dolor de espalda. Quedarse dormida con once kilos atravesados en las costillas pasa factura y a veces acabo yo misma en posiciones dignas de Tom Cruise en Misión Imposible I más tiempo del que toleran todos los músculos que me he redescubierto en el cuerpo gracias a ti. Por las noches estiro como si fuera a correr una maratón y por las mañanas crujo como si me hubiera atropellado un ñu. Dar teta de noche tiene su aquel, por muy tumbadita y a gusto que parezcas desde fuera.
Y todo esto que he escrito es tal cual. No le cambio ni una coma.
Pero es que… qué quieres que te diga, mis noches contigo en la teta son PRECIOSAS. Y uso el adjetivo a conciencia y con la máxima propiedad, en sus dos acepciones, porque son tan bonitas como valiosas.
Mis noches contigo en la teta me dan una paz inigualable. Si supieras las veces que respiro despacio y profundo disfrutando de esa paz y lo que me repara. Si supieras las medias sonrisas con las que me adormezco pensando «joder, qué bonito es esto». Si supieras la ternura que me da sentir cómo te hundes en el sueño más profundo abrazadito a tu teta, que en esta etapa es más tuya que mía como bien sabemos los dos. Si supieras lo que disfruto el contacto de tu cuerpecito cálido y suave cuando no me sacas del todo del sueño y dormitamos enganchados. Si supieras cómo de hondo guardo yo estas sensaciones y con qué dulzura las voy a recordar cuando ya haya pasado todo…
Porque es algo de lo que nunca me olvido, que todo pasa e, incluso las cosas que se sienten eternas pasan mucho más rápido de lo que parece. Y esto también pasará.
Mis noches contigo en la teta están contadas y eso las hace aún más valiosas, saber que no van a estar ahí para siempre y que lo que quiera disfrutar, lo tengo que disfrutar ahora. Si algo te enseña la maternidad es eso, esa mezcla de lo eterno y lo fugaz que envuelve especialmente toda esta etapa de la primera crianza.
Mis noches contigo en la teta son cansadas, sí. Y también son movidas, y son esclavas y me dan todo el dolor de espalda que tú quieras. Pero, ¿sinceramente? Mis noches contigo en la teta lo que son es sagradas.
Si te parece que mi contenido es útil ¡Compártelo!
Y, si quieres contarme tu punto de vista o tu experiencia, me encontrarás siempre al otro lado en comentarios o en redes 🙂
¿Quieres suscribirte y recibirlos cómodamente en tu correo?
Esto sí que es una carta de amor… ♥
Gracias por este escrito. Me ha emocionado. Nunca pensé el esfuerzo y sacrificio que supone dar pecho a tu bebé. Solo llevo 2 meses y se me hace duras las noches, pero leerte me ha dado motivos para seguir, porque es verdad, esto es pasajero y hay que vivir el momento.