«Mamá, ¿cuánto va a durar el coronavirus?». Así empezamos el día el sábado. Con una de esas preguntas que tanto cuesta responder porque solo pueden responderse sinceramente con un «no lo sé». No lo sé, vida mía, espero que poco. Pero mientras dura, se hace pesado. Mientras dura, cuesta y es difícil. Mientras dura parece que nunca se va a acabar. «Pero, ¿va a durar toda mi vida?». Mirarla a los ojos y ver en su rostro que lo pregunta de verdad, con la inocencia y la pureza de los niños. Sentir que se me parte un poquito el corazón. No, no va a durar toda tu vida. Eso sí lo puedo responder. Tu vida no va a ser esto, hija mía, este año de la marmota que tantas cosas se ha llevado por delante.
Creo que es lo que más me está doliendo de este año. Por encima del miedo y de la incertidumbre. Por encima del arrebujo de emociones que tengo dentro desde hace demasiados meses ya. Por encima de la preocupación por el futuro. Por encima de la sensación de que ni hay futuro, solo un día tras otro dando vueltas en un túnel circular. Por encima del anticlímax, tras ese breve período en el que pensé que podríamos salir mejores, para comprobar que no, que como mucho saldremos majaras. Por encima de todo, lo que más me está doliendo son ellos.
Me está doliendo mi niña, que ha perdido (espero que temporalmente) la normalidad, la naturalidad y la inocencia. Que se preocupa por cosas por las que no debería preocuparse a sus seis años. Que lleva un año con todo en mínimos, como en las huelgas. Que se está adaptando como puede. Que desde hace tiempo está haciendo cosas que no le son propias o que ya habían quedado atrás hacía mucho. Que se me bloquea de repente y me deja asomarme al estrés emocional que lleva dentro. Y cuando me asomo y miro dentro de ella veo, como poco, el mismo nivel de arrebujo dentro que tenemos los adultos, y el mismo hartazgo. Pero sin las mismas herramientas para gestionarlo, y ya nos cuesta un mundo a nosotros.
Me duele mi chiquitín, que aún estaba dentro de mí cuando el mundo entero se puso del revés. Que ha nacido en medio de esta pandemia que nos ha truncado todos los planes con los que decidimos ir en su busca. Que sonríe a todas horas porque es el niño más alegre y simpático que he visto nunca pero no tiene a quien sonreír, porque no ve a casi nadie y casi nadie le ha visto a él. Que está creciendo en esta mierda, acostumbrado a mirar a los ojos porque todas las bocas y todos los gestos se quedan detrás de una mascarilla. Que va a ver normal todo lo que nosotros veremos distinto, porque él lo está viviendo literalmente desde que nació. Y no sé si eso me consuela o me termina de deprimir.
No sé cuánto durará el coronavirus. Pero últimamente lo que estoy sintiendo sobre todo es otro no sé, que casi me preocupa más: no sé cuánto tiempo vamos a necesitar para recuperarnos de esto.
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