A lo largo de mi (corta) experiencia como madre me he dado cuenta demasiadas veces de lo mucho que me exijo, de lo muchísimo que espero de mí misma en esto de la maternidad. Sé que en parte es «culpa mía», que aprender, descubrir, investigar, empoderarse está muy bien pero puede crearte, sin ser consciente, un nivel de autoexigencia excesivo. Que abrir la puerta al conocimiento y evolucionar cierra otras puertas. Por ejemplo, desde que sé qué llevan las salchichas, me siento incapaz de comerme una. A veces me descubro añorando un perrito caliente pero es que ya sé de qué está hecho (ughh). Lo visualizo y se me cierra esa puerta. Ya no la quiero cruzar, porque ya sé lo que hay al otro lado. Bien, pues con muchas de las cosas que he ido aprendiendo sobre crianza me pasa lo mismo.
Ahora bien, ¿se trata «sólo» de eso? De ese amor absoluto que siento por mi hija y que me espolea a ser mejor persona para ser mejor madre, de lo importante que es para mí hacer las cosas lo mejor posible, por ella, de todo lo que he ido aprendiendo y que me ha hecho comprender hasta qué punto es importante que actúe de una forma u otra. No lo creo. Porque esa parte que nace de mí me impulsa a ser una madre mejor, pero no una madre PERFECTA.
Y, sin embargo, ¿cuántas veces me he descubierto a mí misma intentando ser una madre perfecta? Sin saber siquiera cómo es eso pero intentándolo en un bucle agotador. Y, si no nace de mí el deseo de ser una mujer perfecta ni una madre PERFECTA, inalcanzable e incluso indeseable… ¿de dónde viene?
Como mujer, no soy ajena a la presión. No en vano las mujeres vivimos sometidas a la presión de ser perfectas. O, al menos, de parecerlo. Debemos ser bellas pero sin que se note que intentamos serlo (¿cuántas veces me habré arreglado para parecer natural? cuando tenía tiempo de arreglarme, claro 😅), sin pelos donde no se deba, sin necesidades fisiológicas bochornosas (prohibido) y llenas de las cualidades que un día alguien definió que debíamos tener por ser mujeres. ¿Qué podría hacer esa presión sino aumentar con la llegada de la maternidad?
Al entrar en la treintena empecé a mandar al carajo esa presión que me buscaba por ser mujer pero a veces no sé combatir esa presión externa que me exige ser perfecta como madre y que toca ese territorio sensible que es la maternidad, tan lleno de intuiciones y dudas, deseos y culpas y miedos de todos los colores.
Esa presión que me exige al mismo tiempo una cosa y la contraria y el perfecto equilibrio entre ambas para no cagarla equivocarme en ningún sentido.
Esa presión que me exige haber parido pero que no se note, que mis pechos sigan altos, que mi vientre siga firme, que la gente se asombre de que tenga una hija porque nadie lo diría y que, al mismo tiempo, espera de mí que luzca con orgullo las huellas de mi maternidad porque son el resultado de lo más valioso que ha hecho mi cuerpo en mi vida.
Esa presión que me exige continuamente ser una buena madre. Lo que cada persona que me encuentre entienda por buena madre, claro. Que me exige ser paciente y cariñosa con mi hija pero no consentirle lo que no debo y menos en público donde alguien lo vea, que me exige criarla con apego pero no con demasiado, dedicarle mucho tiempo pero no alterar mi carrera profesional, priorizarla pero no descuidar mi pareja, reír, llorar y enfadarme cuando toca para no violentar a nadie en lo que espera de mí en cada momento de mi maternidad.
Esa presión asfixiante por la que, como tantas otras madres, me descubro algunas veces mirando por el rabillo del ojo cómo actúan las demás mamás que me encuentro por la calle, las conozca o no, tengan hijos grandes o pequeños. Para ver cómo se comportan, cómo manejan las cosas, qué aspecto tienen, cómo sonríen a sus hijos, si aguantan mucho rato empujando en el columpio, si tienen tiempo de arreglarse o llevan pintas, como llevo yo, si parecen desbordadas, como alguna vez me siento yo, si parecen inseguras, como muchas veces me siento yo. Si parecen perfectas, como debería ser yo.
Eso es lo que se nos exige a las madres. Perfección. Y es imposible. Es una zanahoria atada a un palo que podríamos perseguir toda la vida sin alcanzarla jamás. La perfección no existe y en la maternidad menos aún.
En la maternidad hay días buenos y días malos, días en los que te darías una medalla y días en los que te darías una patada en el culo, días en los que una intuición mística te guía desde los cielos como si te iluminara el LED más potente y días en los que no das pie con bola y vas de desastre en desastre mientras aprendes a la manera tradicional: metiendo la pata y anotándotelo para la siguiente. Si es que la siguiente te acuerdas y no vuelves a meter la pata, que es lo más habitual las primeras doscientas.
Eso es la maternidad.
Desde que empezó mi (corta) experiencia como madre me he descubierto muchas veces persiguiendo sin querer esa zanahoria en el palo que me pone delante la presión externa. Y, en cuanto me doy cuenta, paro. Porque mi hija no necesita una madre perfecta. Necesita una madre REAL.
Una madre que tiene una paciencia infinita salvo cuando la pierde, una madre que lo da todo por ella salvo cuando quiere un rato para sí misma y se lo concede, una madre que falla muchas más veces de las que acierta.
Una madre que se preocupa por cada detalle pero no consigue acostarse (ni acostarla) nunca a horas decentes, una madre que aguanta como una bendita el mismo juego en bucle cien veces pero no soporta empujar columpios y no baja a socializar al parque ni aunque la maten, una madre que lee todos los etiquetados para cuidar la alimentación en casa pero se come helados a escondidas, una madre que siempre está disponible pero se encierra en el baño para tener un minuto a solas con una puerta por medio, una madre que a veces lee tanto que se le olvida que los motivos por los que hace las cosas no vienen escritos en ningún libro porque le salen de lo más hondo y, por fin, se escucha, desde que es madre. Diga lo que diga la presión externa.
Y esa madre sí la tiene. Una madre que la quiere más que a nada en el mundo, como hacemos las madres con nuestros hijos. Una madre que será un desastre algunas veces pero que es real.
Al diablo la perfección.
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Hola Carita! soy la primera en comentar este post, pero, no creo que la única a la que también le pasa lo mismo, hoy en día nos auto exigimos demasiado, no solo por los juicios externos de otros, es que la sociedad hace que nos veamos y sintamos de esta manera, observadas y evaluadas todo el tiempo y debemos recordar que solo somos madres reales con días buenos y malos, como dicen: «un niño no nace con un libro bajo el brazo, nace con una mamá» sea alta, baja, delgada, gordita, presumida o sencilla para ellos somos lo mejor en el mundo, aunque a nosotros a veces se nos olvida! así que yo me apunto a tu reflexión!
Un abrazo!
Hola Silvana! Sí, lo has definido muy bien, vivimos «evaluadas» de forma continua. Me ha encantado tu frase: nace con SU mamá 🙂 Un abrazo!