Llevo unas semanas pensando en esto porque, la verdad, la última campaña de 12 meses me llegó. Me removió. Me hizo pensar, me hizo sentir, me hizo imaginar. Porque es algo que me toca de cerca. Aunque por suerte el bullying de mis tiempos no era tan extremo. Un poco lo que pasa con el sol, que el que hay ahora hace más daño que el de hace treinta años.
No, el bullying que yo recuerdo ni siquiera tenía un término molón para describirlo. Eras, simplemente, al que excluyen, del que se ríen, del que cuchichean, al que le ponen la etiqueta de tiro al blanco. O uno de ellos. Que siempre le toca la china a varios. Al que saca buenas notas, al que llora si le chinchan, al que no sigue a la manada. Al gafotas, al gordito, al pelota, al raro. Qué más da, la excusa es lo de menos. Lo importante es encontrar a quién darle el papel, como en los castings. Yo sacaba buenas notas, estaba en mi mundo y encima cometía un error imperdonable: lloraba cuando se metían conmigo. Lo pasaba mal y lo mostraba, para qué queremos más. Con lo divertido que es chinchar, molestar, enfadar, hacer sufrir.
No. Lo siento. Sigo sin entenderlo. Sigo sin comprender el disfrute ante el sufrimiento ajeno. Sigo sin ver qué tiene de divertido amargar a nadie. Sigo pensando que la empatía es imprescindible en la vida.
Vivimos en una sociedad que enseña a competir, a enfrentarse, a que, para que yo gane, el otro debe perder. Vivimos en una sociedad egoísta en la que, si algo no va conmigo, si no me afecta, no me meto, no lo miro, no existe. Vivimos en una sociedad narcisista en la que importa más la imagen que doy de mí que lo que soy, en las que las redes sociales se nos comen. Porque son demasiado inmediatas, demasiado extensas, demasiado imparables. Porque nos persiguen donde vayamos, las llevamos puestas. Y eso es difícil de controlar, es imposible de contener.
¿Cómo proteger a nuestro hijos de este mundo en el que crecen y que no es en el que nosotros crecimos? Siempre hay un salto generacional pero el nuestro es de los fuertes. En el nuestro ha cambiado hasta la forma de relacionarse. ¿Qué podemos hacer si no sabemos lo que es crecer con Facebook, con Instagram, Snapchat o Whatsapp?
Bueno, está claro que no puedo proteger a mi hija de esto, que no puedo darle un mapa de un lugar que nunca recorrí. Porque a mí me tocaban las narices en el colegio, quizá un poco en sus alrededores. Pero nunca llegaron a mi casa, nunca se colaron en mi habitación, en el ordenador o el móvil que no tenía, nunca colgaron nada mío en las redes que ni existían ni me mandaron un whatsapp que aún no se había inventado. Y yo no sé hasta dónde puede llegar un acoso en este futuro que nos espera. Yo no sé cómo se esquiva algo así. No sé nada de eso aunque, a veces, como madre, me quite el sueño.
Yo sólo sé que no quiero que mi hija sufra nunca lo que yo sufrí. Que no quiero que se crea lo que le digan cuatro infelices. O cuarenta. O cuatrocientos. Que no quiero que pase años escondida dentro de sí misma sin atreverse a mostrarse porque tema que, en cuanto ponga un pie fuera otra vez, le vuelvan a dar pal pelo. Que no quiero que, si oye a alguien reír, lo primero que le digan sus tripas es que se están riendo de ella. Que no quiero que le cueste creer en sí misma si hay otro delante que le diga lo contrario.
No, esa ha sido mi lucha, desde la infancia hasta ese momento en que me di cuenta de que el bullying no se supera pero sí puede dejarse a un lado. Que puedes usar las patadas en el culo para impulsarte, cuando logras comprender que meterse con alguien dice mucho más de quien lo hace que del que se lo hacen. Cuando te das cuenta de que el problema lo tiene quien funciona sintiéndose más a base de hacer sentir de menos a otro. Cuando comprendes eso, llega el día en que te reconcilias con tu camino.
Pero yo aspiro a un camino distinto para mi hija. Hay cosas que no voy a poder enseñarle porque aún no las sé hacer, y las tendremos que aprender juntas. Pero todas las que sí he aprendido, intentaré que le sirvan lo máximo posible a ella. Muchos padres han crecido trabajando muy duro, pasando estrecheces económicas y, cuando tienen hijos, quieren darles la holgura que ellos no tuvieron. Yo siento algo parecido a nivel emocional. Y me encantaría que mi hija creciese segura de sí misma. Desde el principio. Que nunca le falte lo que me faltó a mí.
Quizá este objetivo que tengo, tan íntimo y personal, es una de las razones que me impulsa a criarla con un apego seguro y sólido, con la certeza de que es amada, valorada y respetada. Cuidando sus ritmos, dejándola ser, ayudándola a bregar con sus emociones y a canalizarlas, a comprenderlas, a validarlas. Dando ejemplo continuo de empatía, guiando siempre sus pasos en el respeto, al otro y a sí misma. Porque no quiero que sea víctima, nunca, como lo fui yo. Porque tampoco quiero que nunca sea verdugo, como lo fueron otros.
Pero no sólo eso.
Tendemos a pensar que el bullying, el acoso, tiene dos papeles principales: el acosador y el acosado. El que da y el que recibe. Y nos equivocamos. Nos centramos en proteger y sanar al primero y en castigar o reconducir al segundo (y ni eso) y nos olvidamos de otro papel principal de esta triste función: el espectador.
En un colegio puede haber uno, dos, tres matones. Puede haber uno, dos, tres acosados. Por cada uno de ellos hay cien, doscientos, trescientos niños que ven lo que ocurre. Que no participan de ello pero lo avalan o lo permiten, sea cual sea el motivo. Muchas veces es el miedo. ¿A qué, si a ellos nadie les hace nada? Precisamente a eso, a que se lo empiecen a hacer. A destacar ante el matón, volverse visibles y que les toque a ellos la china.
Y aquí es donde me parece brillante el enfoque de la campaña de 12 meses. Porque si uno de esos niños espectadores da un paso adelante y deja de mirar lo que ocurre para ponerse al lado del que está sufriendo, si deja de avalarlo, si deja de permitirlo, es posible que el matón se fije en él, de acuerdo. Pero ¿y si no es sólo uno el que avanza? ¿Y si avanzan cinco, diez, veinte niños? A un par los puede perseguir pero, por mucho que se apriete la agenda, a ese matoncillo en ciernes le va a ser muy complicado perseguirlos a todos. Si todos son valientes, como dice el rap, se acabó el acoso.
Y un tema tan serio es mucho mejor evitarlo que combatirlo. Es mucho mejor prevenirlo que solucionarlo.
No, no basta con que yo siembre en mi hija la seguridad necesaria para minimizar el riesgo a verse acosada, no basta con que siembre en ella los valores necesarios para que nunca acose a nadie. A mi hija yo le tengo que enseñar a no dejar que nadie sufra injustamente, a no quedarse nunca mirando. Salvo que lo haga a los ojos del que está solo, precisamente para mostrarle que no lo está. Le tengo que enseñar que no sólo duelen los cuatro que se burlan, que también duelen los cuarenta que se quedan mirando y lo dejan continuar. Le tengo que enseñar a ser valiente.
Si todos los padres hacemos esto con nuestros hijos, ya no tendremos que temer al bullying. Porque está en nuestra mano, la de todos, acabar de raíz con él. Está en nuestras manos llenar el futuro de valientes.
El pasado ya pasó y no se puede cambiar, sólo se puede aprender de él. El presente es aterrador y algo tenemos que hacer con él. Pero, un futuro así… ese es el futuro que yo quiero para mi hija. Y está en nuestras manos.
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Marta este post me ha llegado al alma, me he emocionado y se me saltan las lágrimas… mi niña interior acosada en su momento y que aun a veces tiene ese terror dentro te agradece mucho que le hayas dado voz. Tengo muy claro que no voy a criar a un niño acosador y por supuesto voy a intentar darle la seguridad necesaria para que nunca permita ser acosado. Pero lo más importante es educarles en el respeto, hacia ellos mismos y hacia los demás y esto incluye no permitir nunca que otro sufra y quedarse mirando. Gracias por tu post y tu sinceridad, gracias por abrirnos tu corazón porque los que hemos vivido algo así tenemos terror de que el ciclo se repita y nos da tanto miedo que nuestro hijo sea acosado como que se convierta en el matón que un día nos hizo la vida imposible o que se convierta en un espectador fantasma de los que miraban y se reían, de los que cuchicheaban por detrás, de los que miraban con pena pero no hacían nada. Vamos a enseñarles a ser valientes, porque estamos formando el futuro y este futuro tiene que estar como dices lleno de valientes!
Hola Xania! Gracias por este comentario tan sincero, tan humano y tan VALIENTE. Me he conmovido mucho porque realmente es lo que tú dices, el temor a que el ciclo comience de nuevo y nuestros hijos tengan alguno de los papeles que conocemos como niñas. Pero todo este camino recorrido tiene que servir para algo, forzosamente. A mí me llevó mis buenos años comprender que el problema lo tiene quien acosa. Que unos son gordos y otros flacos, unos altos y otros bajos, que lo normal es que todos sean (seamos) diferentes y que ninguna diferencia justifica que alguien te intente amargar la vida o la infancia. Pero ahora, que lo sé y lo veo con tanta claridad, es cuando mejor puedo transmitírselo a mi hija. Para que ella crezca segura desde el principio. Un abrazo enorme!