Reconozco que, cuando veo que mi hija ha tomado un tercio de su plato y dice que ya no quiere más, me cuesta contener el «solo un poquito». Alguna vez incluso se me escapa y negocio un tenedor más, un trozo de pollo, una cucharada sólo, ¿vale? No sé por qué lo hago, es algo agarrado al inconsciente porque, en realidad, soy muy consciente de que es ELLA quien conoce su apetito y quien debe decidir cuánto come. Y, lo que es más curioso, en realidad estoy tranquila cuando come poco. No me genera miedo ni ansiedad, quizá porque siempre la he visto autorregularse con la teta, quizá porque siempre ha estado estupenda, quizá porque mi instinto como madre no me manda ninguna señal. Pero aun así a veces se me escapa ese «un poquito más» que tenemos metido en la mollera a martillazos. Desaprender cuesta.
La obsesión social por que los niños coman más, así, sin más (si un plato es bueno, un plato y una cucharadita más, mejor será) nos hace meternos artificialmente, de forma externa, en lo que comen nuestros hijos. Pero, como muy bien dicen Julio Basulto, Carlos González y otros muchos nutricionistas, pediatras y libros de crianza y alimentación, nosotros somos responsables de qué alimentos ofrecemos y ellos son responsables dentro de eso de qué comen y cuánto comen. Nuestra labor como padres es ofrecer una variedad de alimentos saludables, nutritivos y, por supuesto, no perjudiciales. Ahí debería terminar nuestro papel. Ellos son los que deciden cuánto comen de cada cosa.
El cuerpo es sabio
Los niños son mucho «más listos» que los adultos, porque se rigen mucho más que nosotros por las señales internas. Nosotros estamos condicionados por factores externos y nos desoímos. Ellos no. Nosotros comemos, o dejamos de comer, por cuestiones estéticas o sociales. Ellos no. Ellos comen cuando sienten hambre y paran de comer cuando ya no sienten hambre. Al menos, si les dejamos.
Reconocer nuestras señales internas de hambre y saciedad es fundamental para relacionarnos correctamente con la comida. El apetito existe por algo: si tenemos necesidades nutricionales, sentiremos apetito; si ya están cubiertas y hemos comido todo lo que necesitábamos, el apetito desaparecerá. Por tanto, la única forma de que los niños se autorregulen y coman lo que necesitan, sin pasarse ni quedarse cortos, es no interferir con su apetito.
A veces el organismo también detecta carencias e intenta suplirlas. Cuando necesitan de un nutriente en particular, de repente quieren comer grandes cantidades de alimentos que lo contengan. A todas horas. Si no interferimos, el cuerpo se regulará y la demanda volverá a variar. Obviamente, hablando siempre de alimentos saludables: no vale que el cuerpo les esté pidiendo cantidades ingentes de Pettit Suisse.
Cuidado también cuando se niegan a comer. Recuerdo una noche que la niña no quería cenar. Yo con un trocito (para que no se fuera en blanco a dormir) quizá me habría quedado conforme porque insistía mucho pero papá, que esto le cuesta más, lo tomó desde el «esto no puede ser, hay que comer» e insistió para que tomase la crema de calabacín y parte del pollo a la plancha. Al ratito de cenar, la niña vomitó TODO lo que había tomado. Aquel día aprendimos dos cosas muy importantes: que el cuerpo es sabio y que nuestro sofá se desenfunda fatal.
Expectativas
¿Por qué interferimos entonces los adultos? Aparte de por ese miedo a dejar en sus manos la alimentación por si la liamos (aunque solemos liarla precisamente por intervenir innecesariamente, como en los partos) muchas veces es una cuestión de expectativas.
Los bebés crecen y engordan muy deprisa. Esos 300 gramos que no son tanto a nivel cuantitativo, son muchísimo a nivel proporcional. En pocos meses duplican su peso y, hasta los dos años, el ritmo de crecimiento es muy rápido. Después, de repente, llega como un «parón». Los peques, de repente, ya «no comen nada». Aunque se confunde muchas veces el por qué, al coincidir con la aparicion de neofobias (cuando no quieren probar nada nuevo) y manías repentinas a alimentos que ya tomaban, la razón de que de repente coman mucho menos es, simplemente, que de repente crecen mucho menos. Y si intentamos que coman más de lo que necesitan, lo que van a crecer es… a lo ancho.
Los adultos tenemos, además, expectativas muy poco realistas sobre las cantidades normales que deberían comer los niños, lo que hace que veamos problemas donde no los hay y forcemos a los niños a comer más de lo que necesitan e incluso de lo que es bueno para ellos.
Nuestra percepción es determinante: Para mí, mi niña come perfectamente. Para mi abuela, si aún estuviera aquí, la niña no comería nada. Pero es que mi abuela pasó mucha hambre en la posguerra y eso la marcó. Las cantidades industriales que ponía a todo el mundo no se explican solo con que era del norte.
Con diez años, mi madre salía colorada y sofocada terminándose una manzana camino del cole, mientras mi abuela le suspiraba a la amiga que la venía a recoger: «es que esta niña no come nada». Antes de esa manzana, le había plantado un plato de lentejas hasta arriba y dos chuletas con patatas.
Y, ya que los primeros dos años mi abuela marcó mucho mi alimentación, nada me extrañaría que mi marido me llame Rexi (por el Tiranosaurio) gracias a ella. Nunca sé reconocer con exactitud cuándo me he llenado, hasta que no se me sale por las orejas. Esto es legado de mi abuela con toda seguridad.
Picos de crecimiento
Al igual que con las crisis de lactancia, puede haber picos de crecimiento en los que el apetito cambie a lo bestia. De repente una semana el niño come como una lima y a la semana siguiente no come nada.
No sólo es normal sino que es importante respetar estas fases porque, aunque las abuelas son las mejores, aquí se equivocaban: No es «según cuánto comas, así vas a crecer», sino «según estés creciendo, así necesitas comer» (si no, mi madre y yo mediríamos tres metros).
Si ese niño que come como un pajarito de repente nos pide que le rellenemos tres veces el plato, probablemente está en un pico de crecimiento y respondiendo a las señales que le envía su cuerpo en busca de calorías y nutrientes para poder hacer su trabajo. Cuando ya no necesite ese aporte nutricional extra, probablemente volverá a comer como un pajarito, estabilizado en otra meseta en la que el cuerpo no necesita más. Y probablemente habrá pegado un estirón.
Distintas necesidades, distinto apetito
Las comparaciones son odiosas. En la alimentación, igual. Pepito y Juanito no pueden comer lo mismo porque son dos niños distintos. Yo como más que mi marido, en proporción a mi tamaño y peso y, casi casi, si me apuráis, como más que él directamente.
Tampoco tenemos siempre el mismo apetito, que puede depender de muchos factores. Si el martes hemos comido más, el miércoles probablemente vamos a comer menos. ¿A que os ha pasado el día de Navidad cuando llega la hora de la cena?
Así que, si no forzamos las cantidades, si no mezclamos la comida con nada más, si dejamos que nuestro hijo se escuche y se haga caso, respetando sus señales internas de hambre y saciedad, comerá la cantidad que necesite. Sin más.
Mientras el niño no pierda peso y no haya nada raro, mientras no esté apático o triste, mientras crezca, tenga buena cara, esté contento y activo, todo está bien. Aunque sea delgadito como un pajarito, cada uno tiene su metabolismo y no hay ningún problema. Yo soy un Tiranosaurio y peso 54kg desde el albor de los tiempos.
Vivimos, por suerte, en un momento y un lugar en los que tenemos alimentos de más. Salvo que hablemos de hogares con grandes problemas, ningún niño se va a desnutrir por no comer. No hace falta que ENGORDEN necesariamente. No hace falta insistir en esa cucharadita de más. Sólo hace falta que nos relajemos y dejemos que nuestros niños sepan relacionarse adecuadamente con la comida, comiendo cuando tengan hambre y parando de comer cuando sientan que ya no necesitan más. Nadie lo sabe mejor que ellos 😉
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De acuerdo en todo, pero mi hijo de 3 años aún con triturado en lo importante (carne, verdura, legumbres). Alergia a pescado y huevo. Sólo come de trozo lo que él quiere (tortitas arroz y maiz, pan, plátano, macarrones sin nada, frutos secos, chocolate, patatas fritas…). En comedor del cole apenas nada. No quiere probar cosas nuevas. Estoy desesperada
Hola Silvia! A veces hay etapas desesperantes, ánimo. Nosotros hicimos BLW así que no tuvimos algunos de los problemas habituales derivados de empezar con triturados, a veces puede haber una etapa de transición a los sólidos un poco complicada y los peques tardan en comer con normalidad (entendiendo normalidad a comer comida sólida, sin más). Las alergias también me imagino que te estarán complicando mucho la ecuación. Más o menos sobre los 3 años hay una etapa en la que aparecen muchas neofobias, manías a alimentos que sí comían y les gustaban y da mucha lata. Yo te diría que sigas ofreciendo una variedad de alimentos saludables a tu hijo y tengas toda la paciencia posible. Seguro que tu hijo se nutre pero si realmente la situación te preocupa, quizá puedas consultar con algún nutricionista en cuyo criterio puedas confiar (por ejemplo Julio Basulto) para valorar si es necesario que hagas algo o si todo es normal y ya pasará, como con tantas otras etapas que tanto nos desesperan. Nuestra angustia muchas veces convierte el momento de comer en un momento de tensión, así que intenta llevarlo con la mayor calma posible, por él y por ti. Un abrazo grande