Cuánto agradezco que tengas 4 años y me hagas preguntas que no sé responder. Cuánto agradezco que en el cole, en tu clase, el resto de los niños con los que juegas tengan también 4 años y el riesgo de que un tema como este que hoy marca mis letras salga en vuestro día a día es mínimo. Cuánto agradezco que no sepas leer todavía, que no veas las noticias ni te interesen todavía, que no estés en ningún grupo de WhatsApp todavía, que no sepas lo que es el Facebook todavía. Y que no hayas visto ya al menos 10 veces, por 10 vías distintas, el mismo rostro, el mismo nombre, el mismo hashtag. Cuánto agradezco que todavía estés protegida todavía aunque solo sea por no saber… porque yo no puedo protegerte.
En estas últimas semanas has descubierto lo que son las pesadillas. De vez en cuando nos cuentas que tienes alguna, de vez en cuando lloras porque tienes miedo de dormirte y soñar con monstruos. Y me preguntas si no existen o si les pasó como a los dinosaurios, si se extinguieron también cuando lo del meteorito. Y me dices ¿y si me toca un monstruo? ¿Te acuerdas, mamá, en la peli de los Monstruos? Cuando el monstruo dice: ¡un niño casi me toca!. Me miras con los ojos muy abiertos y yo te acaricio la cabeza con ternura, con esa amorosa condescendencia que da el saber cuando ya eres mayor y te digo: Tranquila, cariño. Los monstruos no existen. Nunca existieron.
Y no es cierto. Los monstruos sí existen, hija mía, pero no son peludos, no tienen tentáculos, no tienen 7 ojos, no cambian de color ni reptan por el techo siseando. Los monstruos parecen normales, pueden vivir enfrente de ti, pueden saludarte, pueden sonreírte, puedes encontrártelos por la noche, mientras vuelves a casa; por la mañana, de camino al trabajo; por la tarde, cuando sales a correr. Los monstruos pueden convertirte en un rostro, un nombre y un hashtag que vuela por todos los teléfonos y todos los ordenadores, y le llega a todo el mundo al menos 10 veces por 10 vías distintas.
Y cómo te explico yo esto con 4 años. Ni con 10. Ni con 14.
Cómo te explico que me gustaría decirte que eres libre… pero que sé que no lo vas a ser del todo mientras necesites llevar las llaves metidas en el puño cuando vuelvas a casa por la noche; mientras llegues a acuerdos con tus amigas para hablar por teléfono al separaros, por si acaso: mientras prefieras pedirle a un compañero que te acompañe y te espere en el portal hasta que le avises de que has llegado arriba sin problemas, que entre contigo hasta el ascensor; mientras el sonido de tus tacones en la acera te despierte una alerta primaria, y te sientas un corderillo, y en cada sombra temas ver aparecer al lobo.
Cómo te explico que me gustaría decirte que no tengas miedo de nada… pero que sé que lo tendrás, ese miedo que tendré yo también cada vez que te sepa sola por alguna parte, ese que me afloja las rodillas mucho antes de que nos toque vivir esa etapa, ese que combato diciéndome a mí misma que no tiene por qué pasar nada, que no va a pasar nada. Porque no va a pasar nada. Por favor.
Cómo te explico que me gustaría decirte que no es culpa tuya ni lo será nunca, qué tienes derecho a hacer sola todo lo que tú consideres, a arreglarte o no arreglarte, a maquillarte o no maquillarte, a vestirte como más a gusto te sientas… pero que sé que te la van a echar, que vas a sentir la carga de una responsabilidad que nos cuelgan con el género y de la que no logramos aún librarnos: la de lo que puedas provocar.
Cómo te explico que me gustaría decirte que siempre se puede hacer algo… pero que no sé qué decirte que hagas porque salto de una a otra sin encontrar la puerta correcta. No puedo decirte que no vivas libre para no ponerte en peligro. No puedo decirte que no te defiendas si te atacan. No puedo decirte que luches, si veo que luchar se paga con la vida. Porque no puedo decirte que confíes en que si una acaba siendo víctima la van a proteger, la van a cuidar y la van a ayudar, si lo que veo cada día me hace sentir que en vez de eso la van a juzgar, la van a criticar y la van a vender.
Cómo te explico que me gustaría decirte que todo se va a solucionar, que cuando hayas crecido esto no pasará… pero que no me atrevo a esperarlo, que no me atrevo a soñarlo porque no sé cómo cambiarlo, no sé cómo evitarlo, no sé en qué tierra plantar las esperanzas para que crezcan.
Cómo te explico que me gustaría decirte que te voy a saber reconfortar cuando por fin sepas leer, y lo veas, lo escuches, te lo preguntes y me lo preguntes a mí… pero que no sé cómo voy a hacerlo.
Vida mía, cuánto agradezco que tengas 4 años y aún no puedas hacerme preguntas que no sé responder.
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