En estas semanas de confinamiento se han debatido muchos temas, desde muchas posturas y en muchos tonos. La conveniencia o no de cada decisión, de cada trabajo que no se puede hacer o de cada trabajo al que sí hay que seguir yendo. Quién sale, cómo y para qué. Cuánto nos pone en riesgo cada cosa y cuánto nos quita. Dónde está el punto de equilibrio, dónde la mejor opción. Y es muy, muy difícil responder a estas preguntas porque esto que nos está pasando es tan nuevo, tan horriblemente distópico, tan tremendo y tan global que nadie tiene respuestas… todavía. El año que viene, probablemente, habremos aprendido mucho y, de llegar otra oleada como dicen, podremos decidir con más eficiencia cada punto. Pero ahora, es lo que hay. Incertidumbre, miedo y preguntas interminables.
Uno de los temas que más debates y preguntas genera es el de los niños. ¿Necesitan salir, de alguna manera al menos, al aire libre? («necesitar», no querer) ¿Puede ser perjudicial un confinamiento que se alarga tanto para ellos? ¿Cuál es el mal menor? ¿Habría que buscar alguna fórmula viable de mínimos? Y, si se permitiese, cada padre, cada madre, ¿sacaríamos a NUESTROS hijos de casa?
Llevo mucho tiempo reflexionando sobre esto porque siento que los niños han quedado totalmente olvidados, pobrecitos míos, en todas estas decisiones de emergencia que se están teniendo que tomar desde mediados de marzo. No olvidados por maldad sino por costumbre, porque los niños están un poco relegados a lo familiar, a la responsabilidad de sus propios padres, como si no formasen parte de la sociedad más que como futuros ciudadanos, cuando ya hayan crecido. Y llega una crisis como esta y se nos quedan perdiditos. Lo último a valorar.
¿Por qué? La verdad, pienso que entre otras cosas los niños «nos dan miedo». Porque pensamos socialmente que son incontrolables, incontenibles. Y eso supone un riesgo tan grande que no, que no, que no, que se queden en casa. Que se queden en casa pese a que se están buscando fórmulas de mínimos para todo menos para ellos.
Hay cosas que no pueden ser, sencillamente, hasta dentro de MUCHO tiempo (creo que poco a poco hasta los menos preocupados van tomando conciencia de cuánto va a ser ese mucho). Bares, restaurantes, centros comerciales, gimnasios o eventos multitudinarios nos quedan a mucha distancia todavía. Colegios, parques de bolas, cines y parques infantiles llenos de niños corriendo, también.
Pero hay otras que, poco a poco y con mucho cuidado, sí se van a poder ir valorando a medida que baje la alarma. La vuelta escalonada a algunos trabajos, por ejemplo. O el permiso para pasear cerca de casa, manteniendo el distanciamiento social y con muchas normas absolutamente lógicas, prudentes y necesarias. ¿Entrarán los niños en esto? ¿Saldrán del olvido y serán contemplados? Por las últimas noticias que voy leyendo, parece que así será, que es algo que se está poniendo por fin sobre la mesa.
Digo por fin porque, volviendo a las preguntas que lanzaba al principio, los niños NECESITAN salir de alguna manera al menos al aire libre. Obviando la necesidad – y es necesidad, no gusto – de jugar y moverse al aire libre en su desarrollo (cosa complicada en estos momentos y una de las muchas renuncias y limitaciones a las que estamos teniendo que adaptarnos, niños y mayores) salir simplemente a recibir cinco minutos de sol diarios en la piel es necesario. Un mínimo para sintetizar vitamina D. Un mínimo para respirar física y emocionalmente. Un mínimo para caminar y moverse, sobre todo cuando viven en una casa pequeña y no tienen literalmente por dónde hacerlo.
Ellos también necesitan una fórmula de mínimos si el confinamiento se alarga y el nivel de alarma lo permite. Necesitan que se estudien y valoren su situación y sus opciones con cuidado, reflexión y responsabilidad.
Sé que mucha gente tiene verdadero miedo a que los niños puedan cumplir ese mínimo, a si es viable de verdad dejarlos salir sin riesgo. Personalmente, estoy flipando con mi hija y comprobando lo que ya sabía, que los niños son increíblemente plásticos y se adaptan a TODO y que se puede lograr de ellos mucho más de lo que se piensa.
Estoy segura de que la mayoría de los padres serían hiper responsables si sacan al niño a la calle (entre otras cosas porque si no lo somos, los primeros en sufrir las consecuencias seremos nosotros en nuestras propias familias), como estoy segura también de que hay padres que se lo pasan todo por el mondongo y en esta situación lo harán igual. Aunque ¿no ocurre en todo? ¿No hay dueños de perros que están aprovechando descaradamente el salvoconducto para darse paseazos cinco veces al día o incluso prestar o alquilar a sus perros? ¿No se están poniendo un montón de multas a adultos que se están tomando el confinamiento como un menú a la carta en el que ya haré yo lo que vea?
Si permiten que los niños salgan a dar un paseo controlado junto a sus casas pasarán cosas, seguro. Pero no se puede condenar todo un planteamiento por ello, como no se puede dejar a todos los perros sin salir a hacer sus necesidades o a todos los adultos sin sacar la basura porque haya quien se pase las normas, la responsabilidad social o el sentido común por el arco del triunfo.
Ahora bien, si llega el caso en que permitan que salgan de alguna manera, en las condiciones X que se determinen, quedará en manos de cada familia decidir si lo hacen o no. Como adulta, yo podría salir perfectamente a hacer la compra pero me niego a meterme en un supermercado porque, en mi caso, en una etapa aún viable a medias del embarazo, me estoy protegiendo al máximo. En un mes he salido solamente a citas médicas absolutamente inaplazables o de urgencia y a tirar la basura cada tres días para mantenerme viva y (más o menos) cuerda, sentir el sol y el aire en la cara y recordarme que esto pasará.
Yo ya estoy decidiendo qué acepto y qué no de lo que tengo permitido y, si dentro de tres semanas dejan que la peque salga conmigo, seguiré los mismos criterios. Si salimos, lo haremos a dar un paseo, a que nos dé el sol, a hacernos con pequeños balones de oxígeno para lo que queda por bucear en esta situación. Sin jugar fuera, sin tocar nada, sin pararnos a charlar con nadie. Sólo salir a respirar diez minutos, tranquilas, y a sobrellevar esto un poquito mejor. Sólo a eso. Eso lo tengo claro.
En mi caso particular, esto es viable. Mi hija tiene casi seis años y siempre hemos hablado muchísimo las cosas. Tiene la situación clarísima y, además, un carácter maravillosamente flexible, adaptable y responsable. Sé que puedo confiar en que cumplirá los criterios que marquemos y que los comprenderá, sé que yo soy responsable y velaré por ello, sé que el riesgo será mínimo porque vivimos en una zona de muy poco trasiego y podemos dar una vuelta prácticamente solos y sé que para ella será mejor salir que no hacerlo, aunque sea con condiciones obligadas. Así que, si me lo permiten, yo SÍ sacaría a mi hija.
Pero si tuviera otra edad u otro carácter, si no tuviera claro que no lo fuera a tocar todo, si no me viera capaz de controlarlo, si viviéramos en el centro de Madrid y salir fuese un riesgo mucho mayor, si viera que al salir hay gente y no podemos dar una vuelta a la manzana solos, si sintiera que salir sin poder hacer nada la haría sentir peor todavía que quedarse en casa, si tuviera terraza o jardín… si nuestras circunstancias particulares fueran distintas, NO lo haría.
Me parece una decisión tan complicada, tan personal y tan condicionada a cada caso particular que estoy segura de que cada familia la va a abordar de una forma diferente. Nosotros, después de mucho hablarlo, haríamos esto que os cuento. Salir a respirar. Nada más. Y valorando continuamente que no nos expongamos a ningún riesgo. ¿Qué haríais vosotr@s si permiten salir a los peques de alguna forma?
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En mi caso tengo un niño de 2 años y un bebé de 2 meses. Necesitamos salir al aire libre, el mayor porque no sabe gestionar tanta energía y el pobre ya parece el joker con tanto humor cambiante, y el bebé aunque yo creía que no lo necesitaría tanto, porque el aire y los paseos también le hacen falta. Pero coincido contigo en que no lo haremos ni a parques, centros comerciales o espacios masificados. Pero si por los alrededores de casa, que por suerte son bosques y rutas verdes de las afueras de Vitoria. Ojalá vacuna pronto, que es lo único que nos tranquilizará.
Hola Cristina! Todas las cosas se pueden hacer bien, o mal 🙂 Para que esto quede atrás, temo que nos queda mucho por pasar aún. Es increíble lo que nos está tocando vivir, pero es lo que hay. Espero que estéis disfrutando del verde de Vitoria y tengáis un alivio. Un abrazo grande