Cómo me gusta ser «tu mamá»

Fuente: Pixabay

A veces suceden cosas antagonistas, aparentemente incompatibles… o no. «Ser madre» me agobia. En genérico, en abstracto, pensado racionalmente. Me agobia saber que durante tantos años yo quedo en segundo plano y tantas cosas quedan directamente en stand-by. Me agobia sentir que no puedo caerme, que no puedo colgar el cartelito de «averiado», que no puedo meterme en la cama y mandarlo todo a la porra cuando siento que no puedo más. Me agobia el diferencial creciente entre la energía que tengo y la que ser madre me demanda 24/7. Hay mucho que me agobia en «ser madre», en la maternidad como concepto.

Pero «ser tu mamá», mi niña, ME FASCINA. Esas mil cosas que me agobian desaparecen como una pompa de jabón cuando te miro, cuando clavas tus ojos en los míos y siento como un mareo, cuando me sonríes y me ilumino entera. 

Y sólo quiero mirarte, tenerte cerca, protegerte, cuidarte. Me lo pide cada célula, cada milímetro de mi ser, de una forma tan primaria que es salvaje. Es un enamoramiento parecido a la locura. Cuando te miro, todo se suaviza en mí. Incluso cuando me enfado, si es contigo es distinto. El amor se desborda, me desborda, lo dimensiona todo en su justa proporción.

Y sueno absurdamente intensa, ¿cuántas hembras son madres, cuántas mujeres? ¿cuántas lo han sido y cuántas lo serán? Que yo sea madre no es nada especial. Y aún así necesito volcarlo en palabras de alguna forma para hacerlo tangible porque ser TÚ MAMÁ sí es increíblemente especial.

_ Esa es mi mamá – dices feliz, agarrando la manga de un niño de otra clase para que me mire. Y tu sonrisa de orgullo me traspasa.

Orgullo porque para ti no soy simplemente Marta. Para ti no soy fisioterapeuta, ni escritora, ni nada de todo lo que podría definirme para el resto del mundo. Para ti soy eso tan increíble, eso tan especial, eso tan único y tan tuyo: tu mamá.

Y cómo me gusta cuando se ilumina tu cara al verme, tu mirada de adoración, que siempre me ve bonita aunque esté hecha un cromo, porque soy tu mamá.

Cómo me gusta tumbarme a tu lado y sentir que me buscas medio dormida, tu manita retrepando por mi brazo y ese suspiro de felicidad pura al acurrucarte junto a tu mamá.

Cómo me gusta ser tus cimientos, la base primaria de tu autoestima y tu autoconfianza, tu mamá que se construye y deconstruye día a día para ser el suelo sólido que pisas, que nunca fallará bajo tus pies.

Cómo me gusta ser tu refugio, tu mamá que te protege y te hace sentir segura en ese rincón inexpugnable que es mi regazo, siempre que lo necesites.

Cómo me gusta ser tu motor, tu mamá que cree en ti y te espolea a superarte, a convertirte en aquello que en el fondo ya eres, como una semilla que sólo necesita agua y luz para volverse árbol y tocar el cielo.

Cómo me gusta, cariño, que me hayas regalado esto, que me hayas hecho descubrir esta faceta que no anula al resto de mi persona pero sí lo transciende, esto que no podría explicar ni con todas las palabras del mundo, por más textos que escribo cuando me agarra la pájara y flipo con esto tan animal, tan mágico y único que es ser tu mamá.

Porque ser madre es TAN exigente. Ser madre es TAN agotador. Ser madre es TAN difícil. Ser madre tiene tantos momentos que suponen un desafío, que te hacen querer llorar, o gritar, o tirarte de los pelos. Ser madre es el mayor de los trabajos y el más intenso de los deportes. Ser madre a veces agobia. Sí.

Pero ser TU MAMÁ… Buf. Cómo me gusta ser tu mamá.

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