Cinco años ya, mi niña. Cinco años que convierten este “mi niña” en una realidad. ¿Cómo ha podido pasar tan rápido el tiempo? ¿Cómo han podido salir de la nada cinco años enteros, si tantas veces he sentido que cada día era eterno? ¿Si hace un suspiro acariciaba tus deditos elásticos mientras te tenía al pecho?
Te miraba ayer mientras papá te pellizcaba la tripilla (máxima afición de tu padre en esta etapa maravillosa, la mía es estrujarte el culete) y se me escribía esta carta en la cabeza, a falta de ese tecnicismo que es volcarla en el teclado. Pero es que cada vez que te miro mi cabeza vuela. Y el corazón ya ni te cuento. Me preguntabas el otro día muy seria «mamá, cuando la gente se enamora… ¿le salen corazones por los ojos? pero de verdad». Y yo tuve que contestarte que no, que de verdad no pasa eso, aunque me parecía que mientras te respondía me salían volando a mí unos cuantos. Porque adoro tu carita pensativa, asomándote al mundo y a todo lo que contiene. Adoro tus ideas, que siempre me sorprenden. Adoro tu inocencia.
Qué pequeñita sigues siendo todavía. Cuánto disfrutamos de las risas con gorgorito que te arrancamos cada día. Haríamos lo que fuera para escucharlas, nos dan la vida. Cómo nos gusta menear la cabeza cruzando una mirada divertida cuando te vemos pasear por casa con el culo al aire y esa despreocupación al respecto que sólo se puede tener cuando se tienen cinco años. Qué etapa de la vida tan bella y tan libre estás viviendo, cariño mío. Esto lo comprenderás cuando a tus cinco le sumes treinta años más. O cuando tengas tus propios hijos y vivas nuestra parte. La de adorarte y vivir fascinados contigo.
Te maravillas con todo y eso, en sí mismo, ya es maravilloso. Ver la vida a través de tus ojos es un privilegio que a veces olvido y que me encanta redescubrir, cuando me doy cuenta de que ya me metí de nuevo en la rueda del adulto, cuando paro, cuando comprendo que tu ritmo es distinto, tus prioridades, aquello a lo que tú le encuentras sentido. Cuando freno y me acomodo a ti y vuelvo a sentir eso que vivimos tus primeros tres años, ese criar sin prisas que nunca agradeceré lo bastante, como agradezco cada día poder disfrutarte tanto, aunque el afuera ya nos haya colado la patita por debajo de la puerta.
Y al mismo tiempo, cuánto me sorprendes. Nos sorprendes. Qué grande eres para ser tan pequeñita. Qué madurez tienes para tus cinco años, como tuviste para tus cuatro y tus tres y… no sé ni desde cuándo.
Siempre me ha dejado de pasta de boniato lo razonable que eres. Con un año y pico ya me mirabas, delante del mueble de las sartenes y los boles de plástico. Entonces yo te decía con suavidad: «cariño, puedes jugar con todos estos de arriba, los de abajo no los tocamos» y te daba un beso en la coronilla. Tú cogías un bol de plástico para ponértelo en la cabeza, señalándome otro para que hiciera lo del «Capitán Cavernícola (e hijo)». Y las sartenes no las tocabas. No las cogiste ni una sola vez. Has sido así desde siempre. Forma parte de tu carácter mesurado, ese que no entiendo porque yo, de niña, era todo lo contrario. Un torbellino.
Por eso me encanta descubrirte, porque no te puedo predecir y gracias a eso siempre consigo mirarte de verdad, mirarte a ti como tú eres y no como yo doy por hecho que debes ser. Y me encanta observarte, me encanta admirarte, me encanta ver rodar los engranajes de tu cabecita, que funciona tan diferente a la mía. Me encanta que me sorprendas, que desmontes mis esquemas. Pero era lo esperable… me encantas TÚ.
Feliz cumpleaños, mi vida. Gracias por toda la paz, plenitud, ternura e ilusión que me regalas. Gracias por este amor indescriptible que me ha hecho conectarme con mis tripas y mi ser interior de manera animal y primaria, permitiéndome conocerme como nunca antes lo hice. Gracias por tus manitas recorriendo mi cara y haciéndome cerrar los ojos en un suspiro. Gracias por tu risa, mi sonido favorito en el mundo. Gracias por el brillo de tus ojos cuando me dices «mamita» y todo en mi cabeza desaparece por un instante. Gracias por complicarme la vida un poco y alegrármela un mucho. Gracias por ser el motor más potente que existe. Gracias por hacerme, cada día, mejor persona. Gracias por enseñarme qué es lo realmente importante. Gracias por existir, desde hace cinco años ya, mi niña.
Te adoro,
Mamá
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Qué preciosa carta, estoy llorando como una madalena, he tenido que ir a ver a mi niña en su camita y acariciar su cara y su pelo, y dar gracias, gracias, gracias, por tenerla. Millones de gracias a ti, Marta, por recordarnos las cosas.
Mil gracias a ti por este comentario ❤️❤️