Siempre lo digo, salpicado en todas las publicaciones. Fue nacer mi hija y cambiarme la vida. No sólo por lo que, ya de por sí, te cambian la vida los niños (ofú). Es que, en nuestro caso, además, lo pusimos todo patas arriba un pasito más allá de lo habitual, ya que he resultado ser una madre diametralmente opuesta a la que pensaba que sería, con todo lo que ello conlleva.
La peque duerme con nosotros, así que nuestra habitación ha dejado de ser un Espacio Zen Thai (qué recuerdos) para ser un Espacio Forrado De Camas con un estilo camping nada estético pero en el que dormimos en la gloria respirando los tres juntitos en modo madriguera. Llevo tanto tiempo usando la teta para esto de la lactancia que ya se me ha olvidado para qué la usaba antes de ser madre (papá sí se acuerda, ya me pondrá al día). No hemos comprado una triste papilla y en mi casa le hemos bajado la barrera al azúcar de una forma que me recuerda a ese capítulo de Los Simpson en el que Marge le declara la guerra a las azucareras (las palmeras de chocolate NO cuentan, como es bien sabido). Eso sin contar con que en los últimos dos años mi tiempo de descanso se ha ido, en gran medida, al activismo en seguridad infantil. A veces no me reconozco. Si mi yo de hace cinco años me viera, alucinaría pepinillos. Cosa estupenda, viendo las cosas que pensaba sobre la maternidad hace cinco años.
En fin, con esta pequeña introducción, queda claro que ya me espero cualquier cambio en lo que venían a ser mis costumbres pasadas. Continue reading →