Casi tres años. Eso es lo que llevamos juntas las dos ya, gordita, con tu manita y la mía en contacto a todas horas. Tres años, tantos y tan pocos, al mismo tiempo. Los que marcan tu comienzo en la vida y los que han generado una auténtica revolución en la mía.
Han sido unos años emocionantes, intensos, difíciles en algunos aspectos, exigentes y, a temporadas, agotadores. He renunciado a muchas cosas, dejándolas en un aparte hasta que pasase esta etapa que me parecía tan crucial pasar a tu lado y en la que sentía en lo mas hondo que debía estar para ti como prioridad absoluta. Me he sentido a ratos perdida, desubicada, improductiva, he estado al límite de mis fuerzas durante un tiempo… pero no podría haber hecho las cosas de otra manera. Las he sentido con toda mi alma. Y me he escuchado. Porque, ¿quién nos hubiera devuelto este tiempo, de habérnoslo perdido, de no haberme atrevido a dar un paso al vacío y dejarlo todo en standby para estar contigo?
Creo firmemente que estos tres años juntas son lo mejor que nos podía haber pasado… a las dos. Quizá yendo una temporada a la guarde habrías jugado con otros peques todos los días, algo en lo que hemos ido muy escasas. Y quizá volver a trabajar antes me habría ayudado a sentirme un poquito más yo, la de antes, la que hacía cada día cosas con adultos y mantenía conversaciones con adultos y se pintaba los ojos bonitos y tantas pequeñas cosas que, aunque parezca que no, hacen mucha falta.
Sí, quizá hayamos dejado las dos algo por el camino que no habría estado mal. Pero nunca se puede tener todo, y nada nos quitará nunca estos tres años juntas, este tiempo compartido que hemos exprimido al máximo, viviendo día a día sin prisas, en esta maravillosa burbuja en la que ambas hemos ido creciendo juntas desde que naciste.
Te veo jugar con las pegatinas, ésas que ahora tenemos por todas partes, ésas que se nos pegan al culo en el sofá, que nos descubrimos de repente en una pierna porque nos adornas mientras cocinamos para que estemos guapos y que papá casi se come hace un par de noches en su crema de calabaza. Te veo tan concentrada, tú solita en el sillón, con tus pantalones cortos y la camiseta amarilla que te hace parecer un patito, con esa pinta de golfilla, tan autónoma, tan independiente, tan alegre, tan graciosa, tan loro, que no callas porque todo lo quieres contar y lo quieres explicar… Te veo tan «niñita» ya, que me inunda la emoción.
Emoción por haberte visto crecer minuto a minuto todo este tiempo, prácticamente las veinticuatro horas juntas salvo esos (necesarios) descansos de algunas horas semanales que me concedían los abuelos. Por haber tenido el privilegio de verte hacer todo por primera vez, por haber estado a tu lado con cada descubrimiento y cada reto superado. Por haber caminado juntas por la vida estos primeros años, antes de que el mundo exterior se nos coma y nos meta en sus rutinas, sus horarios, sus prisas y sus exigencias.
Emoción por seguir viéndote crecer y ver en todo su esplendor a esa niña tierna y pizpireta en la que te estás convirtiendo semana a semana, seguir disfrutando tus mimos, ya más conscientes, tu empatía, tus ocurrencias, seguir maravillándome con cada cosa nueva que haces. Aunque siempre echaré de menos esta etapa tan pura, tan llena de inocencia, con este amor tan absoluto y tan simple, con los gritos gorgorito y los ojos abiertos de par en par, con esa necesidad imperiosa de mí que a veces me ha vuelto un poco loca pero que voy a añorar con toda mi alma cuando vueles sola y ya no me necesites tanto.
Hay veces que te miro y siento que el tiempo queda suspendido en ese instante en que me empapo de ti y te grabo en la retina, para no olvidarme de nada, de nada… Y tú me cuentas grandes historias con cara de ranita feliz, agitas las cejas y los brazos, me enseñas, me pides, me buscas, mientras yo te sonrío con cara de boba y con los ojos brillantes, conteniéndome para no estrujarte, no achucharte, no comerte a besos a todas horas, que es lo que me apetece. Porque eres mi pequeño milagro, eres mi revolución, eres, sin ninguna duda, lo más intenso que he experimentado en mi vida.
Gracias por estos tres años, vida mía. Gracias por enseñarme a amar desde las mismas tripas, por enseñarme a superarme, por hacerme madurar, por ponerme un espejo del que no era posible escaparse y que me ha ayudado a verme con inigualable claridad, con muchas cosas que preferiría no ser y con otras muchas que ha sido toda una sorpresa descubrir. Gracias por todo lo que me has enseñado, que es mucho mas de lo que yo te he enseñado a ti.
Te quiero, hoy y siempre, con todo mi ser. Como tú dices: te quiero, te amo y te adoro.
Mamá
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Qué bonito… me has pillado sensible y menuda llorera. El mío a punto de cumplir dos, yo de excedencia y creo que la exprimiré hasta el último minuto. A pesar de los días y momentos duros. Esto no vuelve.
Mis disculpas por la llorera, se suponía que la única que lloraría con este post era yo 🙂 Sí, hay momentos y días difíciles pero esto no vuelve. Es más, pasa volando, en el fondo. Y dentro de unos años quiero recordarlo… Un abrazo!