Querida amiga, que estás viviendo la misma etapa que estoy viviendo yo:
Sé que intentas tener paciencia. Toda la paciencia del mundo. O mucha paciencia. O bastante paciencia. Aunque sea, un poquito de paciencia. Y que hay días que la tienes, que manejas un huracán sin perder los nervios. Pero otros no te la encuentras por ningún lado, el más mínimo soplo te tira al suelo y te hace pensar que no aguantas más. Que no aguantas nada.
Sé que intentas mantener la calma. Y que a veces lo consigues y tu tono es un bálsamo pero otras te resulta imposible y querrías gritar más alto que tu hijo, llorar más intensamente que él. O lo haces.
Sé que intentas «hacerlo bien», eso tan subjetivo, y tan difícil de saber. Sé que has leído, has meditado, has tomado conciencia, tienes muchas cosas claras. Y que, por eso, hay momentos en que manejas una rabieta como si hubieras escrito el manual tú misma. Pero hay otros en los que lo haces todo al revés, sintiéndote todavía más incapaz que ese pequeñín desbordado que tienes delante.
Sé todo eso porque estamos luchando las mismas batallas, superando los mismos obstáculos, aprendiendo las mismas lecciones.
Te diré lo que he aprendido yo de las rabietas.
He aprendido que soy más capaz de lo que nunca pensé que sería. Yo, que no conocí la paciencia hasta que nació mi hija. Esa paciencia infinita que no sé ni de dónde sale y aún miro con extrañeza. Esa paciencia que no es más que amor, del bueno, del bestia, del profundo, del que sale de las tripas y te hace aguantar todo, superar todo, dar lo mejor de ti. Lo que no sabías ni que tienes.
He aprendido que las rabietas son naturales, son normales, son sanas. Que manejar una rabieta no es otra cosa que acompañar a mi hija mientras la sufre, como me gustaría que me acompañasen a mi si perdiese totalmente los nervios y el control por unos minutos. Que mi hija aún no tiene recursos para gestionar algunas de las emociones que la asaltan y la desbordan, y se la llevan por los aires como a una cometa en una tormenta. Que los tendrá, y esto es una etapa.
He aprendido también que son intensas, son abrumadoras, son agotadoras. Que manejando esa rabieta puedes sentirte como la cuerda de esa cometa descontrolada y acusar los tirones. Que esos recursos que le faltan a mi hija se los tengo que enseñar yo y de la forma más difícil y sincera, con el ejemplo. Y que eso me hace a mí tener que aprender muchas cosas que todavía tengo a medias. Porque en esta etapa vamos a crecer las dos.
Y he aprendido que no importa, de verdad, cuánto sepas, cuánto intentes, cómo seas, cómo actúes, cuánto te sepas la teoría o lo bien que apliques la práctica, cuántas ocasiones diarias te pongan a prueba: alguna de esas rabietas te va a alcanzar, te va a afectar, te va a superar. Es inevitable.
Hagas lo que hagas, siempre habrá un día, aunque sólo sea uno, en el que te sentirás sobrepasada por una rabieta. En el que necesitarás que alguien se ocupe y nadie podrá ocuparse, porque sólo estás tú. En el que la intensidad y la violencia de la rabieta te pillará desprevenida, impotente, y sentirás que no eres capaz. En el que necesitarás desahogar TUS emociones, que te habrán tomado al asalto a ti también, como a tu hijo.
Porque aunque la palabra madre parezca ocuparlo todo, tanto tú como yo no somos más que dos mujeres, dos personas. Y una rabieta de las buenas, de las gordas, de las chungas es como uno de esos broncazos que en alguna ocasión se nos han formado alrededor, tanto a ti como a mí, estoy segura, uno de esos en los que, aunque no vaya la cosa contigo directamente, te quedas con mal cuerpo hasta que procesas y disipas toda esa ira, toda esa frustración, todos esos gritos. Ese sofocón.
Y esa rabieta que te alcanza, te hace sentirte sobrepasada. ¿Te ha pasado ya? Pues no te preocupes, porque nos pasa a todas.
Te voy a contar una historia, la que me hizo escribir esta carta…
Hace unas semanas, mi hija sufrió la madre de todas las rabietas. El motivo es el de menos, como sabe cualquiera con un peque en edad rabietística. Sentí formarse el bloqueo e intenté actuar a tiempo, probé todo lo que se me ocurrió a ver si conseguíamos un desbloqueo in extremis, desde la más infinita paciencia, ésa que sólo tengo con ella y con nadie más en el mundo. Lo juro. Que venga un notario. Lo probé todo. Y no sirvió.
Bloqueada hasta límites insoportables, la peque estalló como nunca antes saliendo de casa camino del coche, con tal intensidad que pensé que algún vecino iba a llamar a la policía. Sufriendo intensamente, desgañitada, temblando, resistiéndose como si en vez de una niña de dos años y medio fuese un troll de las cavernas. Y atacándome también como si lo fuera.
Me llegaron por todas partes: me dio patadas, me dio manotazos, me arañó, me arrancó pelos. Pelos al por mayor. Los veía volar, impresionada por la violencia del estallido, abrumada por la intensidad de su desesperación, disgustada por no haber tenido tiempo ni prudencia esta vez para evitarnos a las dos la rabieta, agobiada porque íbamos tardísimo a una cita con la dentista y me debía a esa prisa que me impedía poder manejar esa situación con la calma habitual, dolida porque me estaba agrediendo, frustrada porque, cargándola en brazos, no me quedaban manos suficientes para protegerme. Y sobrepasada. Sobre todo, sobrepasada.
Cuando llegamos al coche y la senté en su silla ella estaba descompuesta pero yo, también. Me quedé unos segundos paralizada. Mi cabeza bullía, sin saber si lo estaba haciendo todo bien o todo mal, mi cuerpo estaba a tope de adrenalina, mi hija lloraba, irreconocible, y me sentía FATAL conmigo misma. Pero, además, yo me sentía superada. Aquello era demasiado para manejarlo sin que afectase, sin que doliese. Demasiado.
Necesitaba decirle a alguien «por favor, ocúpate un momento» y meterme en alguna habitación sola unos minutos, arrancarme los pelos a mí misma y gritar, para que los vecinos llamasen ahora al manicomio, sentarme en el coche a su lado y echarme a llorar yo también. Que también tenía buenos motivos. Pero no había nadie, sólo nosotras dos. Manejando cada una como podía sus emociones.
No quería ser fuerte, ni equilibrada, ni un ejemplo, ni nada. Quería protestar. Quería desahogarme. Quería que me abrazasen A MÍ.
Le di un beso a mi hija, le dije que la quería y me senté al volante para ir a la dentista. Conduje llorando para descargar al menos un poco la frustración, la impotencia. Lloramos las dos juntas en el coche y, poco a poco, acompasadas, nos fuimos calmando las dos. Y el día volvió a su ser.
Porque siempre vuelve a su ser. Y eso es lo más importante que he aprendido de las rabietas.
Que todo pasa, aunque en el momento en que las emociones nos invaden no nos lo parezca, en ese momento en el que nos sentimos desbordados. No sólo el peque, con todo esa rabia y frustración que le invaden y que no tiene aún herramientas para gestionar. No. También tú. Tú que haces lo que puedes con lo que te cae encima y, por un momento, puedes sentirte también SOBREPASADA. Completamente.
Cuando te coja desprevenida una rabieta, cuando su violencia te supere, cuando sufras por ver descompuesto a tu hijo, cuando creas que vas a estallar tú (o lo hagas), cuando necesites llorar y disipar toda la tensión vivida en esos minutos que son eternos de puro intenso, cuando quieras que haya alguien y no lo hay… recuerda: todo va a volver a su ser.
Las emociones son emociones, olas que vienen… y se van. Nos pueden desbordar a todos, da igual los recursos que tengamos para manejarlas. Siempre habrá un día en el que algo te sobrepasará. Y eso no es malo. Eso es natural. Forma parte de la vida.
Y por eso es una lección maravillosa para ambos, para ti y para tu hijo. Para mostrarle que nos pasa a todos, que las emociones están ahí, que las situaciones nos pueden superar en algún momento. Que mamá también siente, también necesita, también se puede ver sobrepasada. Que mamá también se recupera. Que no hay nada de malo en las emociones y que, cada vez, las manejaremos mejor.
Si te sientes sobrepasada por las rabietas de tu hijo, un día, algunos días, todos los días, no temas «ser humana» , no temas ser persona además de ser mamá, porque eso que te ocurre, nos ocurre a todos.
Si te parece que mi contenido es útil, ¡compártelo!
Y, si quieres contarme tu punto de vista o tu experiencia, me encontrarás siempre al otro lado en comentarios o en redes 🙂
¿Quieres suscribirte y recibirlos cómodamente en tu correo?
Hola! Ando pasando por aquí…recorriendo el blog como la cosa más interesante que he visto en mucho tiempo (lo cual realmente es!). Es llamativo el cómo a lo largo del tiempo reloj (y también diferenciando culturas) muchas de nosotras nos hemos perdido en la naturaleza de empatizar con nuestras crías, mentalizando y proyectando que «no debería» ser así. Muy en el fondo sabemos que las rabietas son básicamente la manifestación de las frustraciones, de un ser que apenas empezó a caminar en este mundo (mundo que, tristemente, no está hecho para los niños, hay que remarcar…). Existían en tiempos antiguos redes femeninas de contención en la crianza, en el cual las mujeres más experimentadas ayudaban a contener y comprendían a las «novatas» o que apenas tenían su primer hijo, ya me entiendes. Se ha perdido muchísimo aquello, pero confío en que está volviendo a reestablecerse, gracias a personas como vos. Siempre agradecida con esta carta, porque me llegó en un momento clave aquí y ahora, en mi vida. No es casualidad! Un abrazo, un abrazo muy grande para vos y para todas las mujeres que estamos pasando por esta transición maternal, personal y álmica. Mucho amor ♥
Hola Consuelo! Me alegra inmensamente leer tu comentario. Todo nos llega en el momento adecuado. Si estás leyendo mensajes con los que resuenas por dentro, es porque es en esa dirección en la que quieres caminar. Un abrazo enorme
Cómo muchas he caído aquí en tu blog, por una rabieta descomunal de mi hijo que aún no tengo claro a cuento de qué, solo que ha sido apoteósica. Gracias por escribir tan claramente lo que se siente me he sentido tan reflejada solo que yo he explotado, no he podido contener las lágrimas mientras volvía a casa con mi hijo a cuestas y llorando histérico, instintivamente me he puesto las gafas para que nadie me viera llorar y ahora que lo pienso creo que si quería que nadie me viera ir al anochecer con gafas de sol y mi hijo dándome patadas y a grito pelado no era quizás lo más discreto. En fin te doy las gracias por compartir algo tan duro y bonito por que me he sentido mejor después de leerte. Slds
Hola Dnesa! Yo también he explotado y llorado en algunas, es que cuando son apoteósicas como bien dices, te sobrepasan. Ánimo. Lo estás haciendo MUY BIEN. Un abrazo enorme
Que bien me ha ido a mi tambien leerte hoy. Hoy la rabieta de mi hijo me ha sobrepasado totalmente. Me he sentido muy identificada con tus palabras. Gracias
Me alegro mucho, un abrazo
Me ha encantado!
La mía tiene casi 2 años y hay días q no puedo más! Ni se qué hacer!
Para la parte teórica, aquí tienes algunos tips para manejarlas. Para la parte práctica, emocional, interna como madre… hay días que te saldrá divino y días en que te sentirás muy poco capaz. Lo bueno es que TODOS son aprendizaje de vida para ambas, la peque y tú, un camino en el que crecéis juntas. Y eso, en mi opinión, es muy bonito. Un abrazo!
La verdad es que la mayor rabieta de mi peque todavía no ha sido tan terrible, pero aún así me dejó fatal (también acabé llorando). Recuerdo que me empujaba para que no me acercase a él, no quería que lo cogiese… Y yo no sabía qué hacer porque nunca me había pasado algo así, que me rechazase de semejante manera… La verdad es que es duro cuando tienen este tipo de rabietas, tanto para ellos como para nosotras…
Hola Paula!La verdad es que Bichito no es dada a las rabietas, no hemos tenido demasiadas ni demasiado intensas, en líneas generales (por suerte). Pero esta fue una tormenta tan fuerte que nos arrasó a las dos. Lo de rechazar a mí también me cuesta, porque mi instinto natural siempre es la cercanía y el contacto en el consuelo. Ánimo! Es una etapa 🙂
No te podía haber leído un día mejor! Mil gracias!!!!!
Hola Nuria! Vaya, suena a un día como el que yo tuve cuando escribí la carta… Gracias a ti, espero que te haya servido de algo! Un abrazo
Me ha encantado tu carta. Mi peque grande ya está dejando atrás la etapa de las rabietas, pero mi pequeña está empezando a entrar.
He pasado por ese momento que describes en el que se te mezcla el dolor de su dolor con el tuyo propio.
Y ando con el miedo de estar demasiado sobrepasada y no tener la paciencia que merecerá mi pequeña.
No te conocía, pero me quedo por aquí
Hola Leila! Muchas gracias y bienvenida 🙂 Son momentos muy intensos… Respecto a la paciencia, cada cual tiene la que tiene, para empezar y cada momento o etapa también afectan a las reservas propias. Yo creo que, más que la paciencia, lo que más bien o mal hace es la empatía. Es lo que hace que, saltes más o menos, nunca se pierda esa conexión. Ánimo, seguro que lo haces estupendamente con tu pequeña, tan estupendamente como con tu peque grande. Un abrazo!