Cuando atendemos afectivamente las demandas de consuelo y protección de nuestros hijos establecemos con ellos un apego seguro, la base más sólida que podemos ofrecerles para su desarrollo emocional y psicológico. Cuando, por el contrario, las desoímos o las entendemos como algo negativo y las abordamos desde la frustración y el resentimiento, podemos establecer un apego evitativo. Son, por decirlo de alguna forma, dos opuestos. Pero, ¿qué ocurre si atendemos algunas demandas pero no otras o las abordamos la misma demanda de forma inconstante y arbitraria? ¿Qué pasa si vivimos en un conflicto interno porque no sabemos por dónde tirar o la presión externa nos hace ir en contra de nuestra voz interior en algunas ocasiones pero no en otras? En este caso podemos generar un apego inseguro o ansioso. ¿Qué puede pasar si hacemos esto y cómo podemos darnos cuenta de que estamos estableciendo este tipo de apego con nuestros hijos?
¿Cómo establecemos un apego inseguro?
Imaginemos que respondemos afectivamente sólo a algunas demandas de seguridad y consuelo pero no a otras. Imaginemos que lo hacemos de forma impredecible o arbitraria. No necesariamente a la demanda A respondemos «sí» siempre y a la demanda B respondemos «no» siempre. A veces a la demanda A respondo «sí» y a veces «no». Depende.
Imaginemos que este tipo de respuesta impredecible nos llegase de nuestra pareja, nuestros amigos o nuestro jefe. No saber nunca si nos van a comprender o nos van a ignorar, si vamos a poder contar con ellos o no, y no saber por qué.¿Qué sentiríamos?
Este tipo de comportamiento suele producirse principalmente por dos razones.
La primera de ellas es interior, es solo nuestra: cuando tenemos un conflicto interno a la hora de entender las demandas. ¿Me necesita o me toma el pelo? ¿Hago bien en consolarle o se me va a subir a la chepa y la estoy liando? ¿Es una necesidad o es un capricho? El debate interno puede resultar agotador, angustioso y, sobre todo, puede confundirnos y hacernos dar bandazos sin saber muchas veces ni por qué respondemos como respondemos. Pues como podemos, diríamos. Si esto me supera. ¡Si es que no sé!
La segunda es externa y nos invade: cuando tenemos un conflicto externo por la influencia de alguna persona puede ser realmente difícil escucharnos a la hora de actuar. Yo siento que quiero atender el llanto de mi hijo pero el pediatra, o mi madre, o mi suegro, o la vecina del quinto, o mi prima Pepita me insisten en que no lo haga. Una desautorización procedente de alguien en quien confiemos más que en nosotros mismos puede crearnos muchas dudas… y mucha culpa.
Cualquiera de los dos supuestos anteriores puede hacernos reaccionar de forma inconstante e incluso paralizarnos. Si la percepción determina la respuesta y no tenemos claro qué pensamos… ¿cómo responder?
Y de esta forma vamos dando mensajes confusos a nuestros hijos que generan un apego inseguro.
Consecuencias de un apego inseguro
Cuando establecemos este tipo de apego con nuestros hijos nos convertimos en alguien que no saben si va a estar ahí o no, alguien impredecible con quien nunca se puede adivinar qué va a suceder, lo que genera a nivel interno:
Autoestima baja: Ahora no es que sea o no valioso (como en el apego seguro y evitativo, respectivamente), es que no lo sé. No tengo claro si lo soy pero lo que sí tengo claro es que «no SIEMPRE soy merecedor de ser atendido, cuidado y respetado». No siempre.
Desconfianza: Ese «no siempre» nos lleva también a un estado de desconfianza inevitable. A un «no puedo fiarme de que mamá y papá vayan a estar ahí» que poco a poco se hace extensivo a una desconfianza “en el mundo”, en general.
Ansiedad: La duda en la propia valía y la desconfianza en el entorno provoca que los niños (y, más tarde, adultos) vivan en tensión permanente, que analicen cada gesto y sientan que todo es por ellos.
Inseguridad: Como no hay seguridad en las propias capacidades, se vive con la sensación de depender “del afuera”. Es como ir caminando por un suelo que no sabes si te va a sostener o te vas a caer.
Inestabilidad emocional: Se genera un conflicto interior, «te quiero y necesito pero no puedo fiarme de ti». En los niños esto puede hacer que cuando los padres se muestran cercanos, por una parte demanden mucho y por otra los rechacen, como si no se atrevieran a confiarse a ellos. De adultos, se establecen vínculos en los que se pide más de lo que se da, por esa necesidad de comprobación continua. Seguro que también os viene alguien a la mente al leer esto.
Es muy importante recordar, para no quedarnos con susto leyendo este post, lo que comentamos en el anterior: para esas consecuencias “de libro” debemos hacer las cosas también “de libro”.
Podemos equivocarnos, podemos tener una etapa de estrés en el trabajo, podemos estar cansados, podemos no saber cómo manejar una situación de la mejor forma. Somos humanos, y eso está bien.
Pero sí es importante que seamos conscientes de la forma en la que respondemos ante las demandas de nuestros hijos, que los observemos y nos observemos a nosotros mismos en la comunicación de ida y vuelta que genera el apego y veamos si estamos yendo en la dirección en la que queremos ir. Para bien y para mal, todo en la vida se puede reconducir. Nuestra forma de responder, también.
Y, lo que a mí me parece fundamental: cuanto mejor entendamos las demandas de nuestros hijos, mejor responderemos ante ellas.
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Me gusta mucho la explicación y es muy completa. Creo que es de bastante ayuda. Gracias
Hola Paula! Gracias a ti, me alegro mucho, un abrazo