Aunque es como se la conoce coloquialmente, el término «Crianza con apego», puede resultar ambiguo y hacer que surjan muchas preguntas al abordar el tema por primera vez. ¿Si no crío con apego… estoy criando sin apego? ¿Es que no criamos todos con apego? ¿Criar con apego significa criar con amor? Entonces… si no crío con apego y crío sin apego… ¿crío sin amor? Ahí es cuando te empieza a dar un poco vueltas la cabeza, como cuando intentas comprender la línea temporal de Regreso al futuro pero, sobre todo, es también cuando surge el primer rechazo. Porque pensar que “si no hago esto” no crío con amor a mis hijos, crea un rechazo brutal, evidentemente. Pero no es eso y, por ello, es importante tener claro qué es realmente el apego en crianza y a partir de ahí ir reflexionando sobre qué tipo de apego queremos establecer con nuestros hijos.
¿Qué es el apego?
El apego es el vínculo afectivo que se establece desde los primeros momentos de vida entre el bebé y la madre (o, mejor dicho, entre el bebé y la persona encargada principalmente de su cuidado porque, en determinadas circunstancias o modelos familiares, puede que esa persona no sea la madre) a través de sus interacciones recíprocas.
Se trata, por tanto, de un vínculo de carácter amoroso, eso está claro, pero es importante comprender que no se trata de cuánto amo a mi hijo sino de qué tipo de comunicación de ida y vuelta establezco con él: sus demandas y mi respuesta a ellas.
En un primer momento el apego se establece casi exclusivamente con esa figura de referencia pero, conforme el bebé va creciendo, al igual que en todos los demás ámbitos, hay una evolución. Aunque no seamos la figura principal hay muchas cosas que podemos hacer para sentar las bases de un apego seguro con nosotros también: actividades de contacto, como bañarlo o hacer piel con piel, atender afectivamente sus demandas… No vale decir «tú la llevas» 🙂 Cuanto más seguro sea el apego y más figuras nos lo ofrezcan, mejor.
¿Cuál es la función del apego?
La función biológica del apego es garantizar la proximidad en momentos de amenaza, proporcionando seguridad, protección y consuelo. Lo de «amenaza» a nosotros no nos llega especialmente, porque tenemos la suerte de vivir en una época y un lugar del mundo en los que no hay apenas amenazas reales. Quizá en alguna situación determinada podemos llegar a sentirnos amenazados pero desde luego no de forma cotidiana o constante. Pero eso lo sabemos nosotros.
Cuando un bebé nace, no sabe nada de todo esto, no sabe que su casa es segura y está climatizada, no sabe que no hay lobos alrededor, no sabe que tenemos un intercomunicador con el que oír cada suspiro. El bebé nace sin información e incluso sin un cerebro desarrollado para comprenderla, y se guía exclusivamente por impulsos primarios. Un bebé está biológicamente programado para necesitar estar con su madre todo el tiempo por supervivencia. Nuestros hijos buscan nuestra proximidad porque tenernos lejos SÍ se siente como una amenaza en su organismo. Esto no significa necesariamente que tengamos que estar pegados todo, todo el tiempo pero sí es importante tenerlo claro para comprender esa demanda de contacto y cercanía que nos pida nuestro peque y saber responder adecuadamente a ella de forma que nuestra comunicación de doble dirección establezca un apego seguro.
Y no sólo hablamos de seguridad, también de consuelo. Somos seres sociales, somos seres emocionales, necesitamos querernos, cuidarnos, apoyarnos unos en otros, sentirnos… Ofrecer consuelo a un bebé es TAN importante como ofrecerle seguridad y protección o como cubrir sus necesidades físicas. Con el consuelo estamos cubriendo sus necesidades emocionales.
¿Por qué es tan importante los primeros años?
Estamos hablando de un vínculo que se establece desde el primer minuto de vida y que es muy importante, sobre todo, los primeros años por varias razones:
En primer lugar, nuestros hijos dependen de nosotros. Y al principio, esa dependencia es absoluta. Un neonato es totalmente incapaz de cubrir ninguna demanda o necesidad por sí solo. Muy importante atenderlas todas: a nivel afectivo, de consuelo, de contacto, el llanto… Hace años, una mamá que conozco me contaba que el primer día de hospital, cuando vio que su hija volvía a pedir el pecho al ratito de haberlo tomado por primera vez, se dijo «¿qué? de eso nada, vas a esperar tres horas, y si lloras, lloras». No os podría decir lo que sufrí por dentro al oír aquello pensando en una recién nacida con menos de un día de vida a la que ya negaban respuesta a sus demandas más primarias. Había oído ya muchas veces el clásico «no quiero que me tome la medida» pero nunca desde tan temprana edad, con horas. ¿Es que esta madre no amaba a su hija? Por supuestísimo que no, la quiere con toda su alma. Pero al entender la demanda como algo negativo «a corregir», su respuesta fue, sin quererlo ni saberlo, en contra totalmente del apego seguro.
Conforme los bebés van van creciendo empiezan a ser capaces de ir gestionando “algo” a nivel afectivo o emocional. Cuando yo le pido algo a mi marido y no lo hace (que suele suceder con frecuencia, jeje), yo tengo recursos internos y externos para gestionarlo (casi siempre). Un bebé, sencillamente, no los tiene. Un niño pequeño tiene muy pocos. Poco a poco vamos ganando herramientas internas, y lo hacemos gracias a que alguien “nos cuida” mientras aún no las tenemos y nos presta las suyas mientras las adquirimos.
Además de depender de nosotros, están en formación, por lo que todo lo que hagamos y cómo lo hagamos va a dejar una huella impresa en ellos. Es como si fueran plastilina: ¿qué tipo de huellas queremos dejar? No sólo somos su modelo y su máxima (y al principio única) referencia. Su lenguaje interno y externo, su autoestima, su forma de comunicarse consigo mismos y entender el mundo se va a formar a partir de la interacción con nosotros.
A esto hay que sumarle que la comunicación verbal todavía no está disponible por lo que es muy importante no sólo la respuesta que demos sino cómo la demos porque es lo único que perciben: nuestro tono, el afecto que transmitamos, nuestra actitud (si estamos molestos por sus demandas o las atendemos con calma)… Toda esa comunicación no verbal es lo que les va a llegar porque los bebés aún no piensan, razonan ni hablan. Perciben y sienten.
¿Por qué es tan importante establecer un apego seguro?
Además de la importancia del vínculo afectivo y la relación que tengamos con ellos, el apego que establezcamos con nuestros hijos tendrá un papel clave en el desarrollo de su personalidad. Lo seguro o inseguro que se sienta un bebé o un niño pequeño en determinados aspectos básicos va a determinar un camino u otro en su desarrollo emocional y psicológico.
Esto lo veremos en el próximo post, cuando hablemos de los tipos de apego que podemos establecer en función de cómo respondamos a las demandas de nuestros hijos.
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Me ha encantado leerte, nosotros estamos intentando criar así a nuestro hijo, sin dejarle llorar, sin pegarle, sin voces… estando el máximo que podemos con él.
Cuando me desespero lo que intento es ponerme en su lugar y funciona muy bien casi siempre : )
Hola Diana! Ponerse en el lugar del otro siempre ayuda en cualquier relación 🙂 No sé si los has visto pero trato mucho el tema en el blog y tengo bastantes artículos con estrategias para determinadas situaciones (rabietas, la etapa del no, cómo validar…) Un abrazo!